—Madre ¿Por qué los sirvientes están tan apurados?— preguntó la peli plateada a su madre.
—Oh no es nada, pronto habrá una reunión con lores importantes de todas las casas, pierde cuidado. —respondió Rhaenyra un tanto nerviosa— Pero ya luego hablaremos de eso, anda ya hija a dormir. Mañana será un día importante y quiero que estés lista— Nyra mando a su hija a la cama y le dio un beso de buenas noches.
Por la noche mientras todos dormían pacíficamente Rahera salió a escondidas de sus aposentos y se perdió entre los pasadizos ocultos en el castillo.
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Llegó a la habitación que hace tantos años había sido el lugar de juegos de ella y su tío.
Empezó a recorrer todo y observaba con una sonrisa los dibujos en la pared; corazones con sus nombres dentro y un dibujo de ellos adultos con unos niños.
Rahe se perdió tanto en los recuerdos que no escuchó el sonido de pasos acercándose hasta que sintió unos fuertes brazos rodeando su cintura.
—Todo sigue igual, me encargue de mantener en orden nuestra "casa" mientras estabas lejos— Aemond llegó por detrás y susurro en el oído de su sobrina mientras repartía dulces besos en su cuello.
—Lamento haber sido una esposa muy irresponsable que abandonó a su esposo—
—No fue tu culpa, ellos fueron los que nos separaron. Si mi madre no hubiera insultado a tus padres, y tus hermanos no nos hubieran atacado probablemente ahora estaríamos casados— el resentimiento se oía en la voz de Aemond, el no los perdonaba por haberles robado todo.
—Nos quitaron nuestra infancia, nos arrebataron nuestro futuro y nos separaron cruelmente. Esos malditos bastardos no son mis hermanos— al igual que Aemond; a Rahera se le notaba el rencor.
—Pero ahora no importa. Pronto pediré tu mano frente a todos y en la mañana hablaré con mi hermana y mi cuñado. No estoy dispuesto a perder más tiempo, te quiero a mi lado— Aemond besos los labios de la contraria, pero está vez el beso era dulce y delicado.
Estaban a punto de ser esposos, no les molestaría esperar un poquito más después de todo ya habían esperado 12 años.
—¿Recuerdas aquella vez que saliste corriendo por qué mi padre te asusto?— reía Rahera mientras recordaba.
—Daemon puede ser intimidante cuando quiere, además yo era un niño y el aterraba— se trataba de excusar el peli plateado.
La noche pasó entre risas y besos. Finalmente la princesa cayó rendida en los brazos del platinado; este dejó besos por todo el rostro de la fémina y con cuidado la levantó en brazos para ir a llevarla a sus aposentos.
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