Capítulo dieciocho parte uno

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"...el pueblo ha dejado de sentir miedo, pero eso no forma parte de la cúspide de mis preocupaciones en este momento, les haremos volver a sentir el miedo para que recuerden su posición en esta cadena"

Toda situación tiene dos caras.

Aquella que vive el acontecimiento, y aquella que lo observa ocurrir.

Solo una tiene conocimiento de la verdad, y la otra se debe conformar con lo que terceros informan.

En algún punto de nuestra existencia, ¿cuántas veces no nos ha tocado vivir ambas caras de la misma moneda...?

La curiosidad siempre ha sido uno de los aspectos más destacantes y primordiales del ser humano en todos sus millones de años de existencia. La necesidad primordial del conocimiento fue la que llevó a la humanidad a las bases que en la actualidad están pisando campantes y gozan sin cuestionarlo, sin la necesidad de salir a cazar sus alimentos como sus antepasados hacían, con la disponibilidad de miles de medicamentos para tratar las enfermedades que en el pasado los hubieran asesinado, con fuertes infraestructuras capaces y resistentes en las cuáles confiar para dormir sin preocupaciones de los peligros que acechan...ha sido la mayor bendición que, como especie, pudieron haber recibido.

Y, a la vez, su peor maldición.

Con míseras excusas para defender su intrusivo comportamiento en los problemas ajenos, aportando opiniones no solicitadas para cambiar vidas desconocidas, entrometiéndose en asuntos externos que pican bajo su piel para saber lo que ocurre, ser testigos de lo que la mente nunca debió haber presenciado por algo tan traicionero como el don de la curiosidad.

Por razones prohibidas, pero no desconocidas del más básico raciocinio, existen lugares en el mundo que no deben ser explorados, descubiertos y mucho menos interrumpidos. Los secretos, oscuridad, misterio y tinieblas que los han formado se mantienen vigentes por un motivo que no debe ser perturbado, y si desconocido se mantiene, con mayor peso deben ser ignorados y clausurados de cualquier intranquila mente pecadora de la necesidad de fisgonear.

Aquello que debería ser el mayor regalo de la existencia y la característica más honorable de las personas, es la misma por las cuáles miles de muertes inexplicables y millones de catástrofes se han desatado sin precedentes sobre las tierras inocentes del maléfico juicio de personas cuyo corazón se encuentra podrido. Con el libertinaje sobre la cordura y los deseos por encima del criterio prudente, las condenas ocurren sin discriminar de sexo, edad, raza y condición de quiénes la sufren.

El diablo es quién pone el plato sobre la mesa, sin embargo, ¿te obliga a comerlo?

Es sencillo culpar a los ajenos de los problemas propios cuando se es incapaz de reconocer la falta de juicio sobre las decisiones que llevaron a la perdición.

¿Por qué te dejaste seducir de los lujos bañados en sangre?

Es sencillo dejarse llevar cuando las ataduras parecen haberse ido, y nadie estará allí para hacerlos pagar.

¿Cierto?

Es fácil ser un mero espectador del caos en medio de la tormenta, alguien que solo estuvo en el momento y lugar indicado para presenciar la primera plana de los acontecimientos, inocentes de las causas, ajeno a los culpables y sus víctimas, solo por la coincidencia de encontrarse allí y permitir la curiosidad tomar control de la cordura en el asunto.

La Consciencia de la SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora