Capítulo veintiocho

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"Tú, en serio...me tomaste por sorpresa, si te soy sincero. De todos los intentos de personas que conocí a lo largo de este camino, de verdad nunca sospeché que el hijo de puta fueras tú desde el principio. Debo felicitarte por eso"

Fue solo cuando Yohan llegó a la escena, que pudo ser capaz de comprender la gravedad de la situación.

Alrededor de siete patrullas de policía, con los oficiales armados y cubiertos hasta los dientes, el automóvil del mediador, y la camioneta perteneciente al jefe de su equipo con estos fuera de ella y conversando con Mauricio. Todos ellos rodeando el frente de la casa de dos pisos, hecha de ladrillo y techo de asbesto. No miraban a los alrededores más de dos segundos necesarios para cerciorarse que ningún otro atacante estuviera en la cercanía, ni los civiles se aproximaran a la escena más de lo requerido. «Esa casa parece tener más de 100 años, es raro que los dueños no la hayan remodelado y se mantenga casi enteramente intacta» pensó, yendo hacia donde sus compañeros residían.

—Ajá, ya estoy aquí— Paralysis anunció de inmediato su llegada, sorprendiendo a algunos. —¿De qué me perdí? ¿Qué han hecho?—.

—Oh, héroe Paralysis, qué bueno que ya está aquí— Mauricio expresó al instante de verlo, procediendo a extender el plano de la casa sobre la capota de la camioneta. —Estamos lidiando con cuatro ignotos asaltantes armados que tienen como rehénes a dos adultos y una niña de tres años. Uno de los asaltantes tiene una particularidad que le permite absorber las moléculas de acero y transformarlas a armas de su preferencia, con las que nos ha estado atacando desde entonces. Sin embargo, no conocemos las particularidades del resto—.

—¿Y la familia?—.

—Son el señor Rómulo Cárdenas, su esposa Isabella y su hija Aria. El matrimonio trabaja en la bolsa y, según lo que nos dijeron los familiares que se encuentran por allá— Mauricio señaló a tres personas desconsoladas al lado de una de las patrullas, —Rómulo e Isabella estaban recibiendo cartas de amenazas anónimas de múltiples personas por el tipo de caligrafía en el papel, pero no se habían tomado en serio ninguna de ellas, hasta este momento—.

—¿Tienes las cartas?—.

—Claro, aquí tiene—.

Yohan recibió las cartas y procedió a leer algunas. Cada una se trataban de amenazas de muerte "por haberles robado todo su dinero siete años atrás", "por no cumplir con su parte del trato", "por darles la espalda cuando más los necesitaron", y otras razones de aquella índole impulsadas por el resentimiento notable en la fuerza de los trazos con las que fueron escritas las letras.

Mientras él se entretenía con su labor, su jefe, Gustavo León, retomó la conversación que tuvo con Mauricio.

—No sabemos lo que estos ignotos quieren o están buscando, y se están negando a hablar con el mediador. Llevamos mucho tiempo esperando por hacer algo al respecto, y esos son segundos y minutos que no recuperaremos para sacar a los Cárdenas de allí, y arrestar a los asaltantes— Gustavo continuó demandándole a Mauricio. —Es tiempo de que actuemos ahora antes de que ellos decidan herirlos o hacer algo estúpido—.

Con drones y cámaras térmicas de la policía apuntando directamente hacia la casa y sobre esta, los oficiales podían tener un buen plano de cómo estaban distribuidos los ignotos y los rehénes. Todos permanecían en el salón principal del primer piso y, de vez en cuando, dos de los asaltantes se turnaban para vigilar la segunda planta y la entrada de la vivienda cada pocos minutos, asegurándose de que las autoridades no estuvieran tratando de infiltrarse sin que lo supieran, mientras que el resto vigilaba al matrimonio amarrado y arrodillado en el medio del salón.

La Consciencia de la SangreWhere stories live. Discover now