Amor perverso [#II Saga emperadores de la mafia]

~• Prólogo •~

Noviembre de 2004

Es todo un desastre.

Un tercer hombre me sostenía entre sus brazos tapando mi boca, no hice nada para soltarme de su agarré, ni siquiera el intento de quitarme su mano de mi boca.

Mi madre siempre estaba drogada entre antidepresivos y sus intentos de suicidio.

Mi padre, borracho, siempre llegaba tarde a casa de trabajar, y jugaba todo el tiempo en el casino gastando el dinero que ganaba.

Todo en esta familia era un desastre.

Esto es una mierda.

Por eso no hice nada por la vida de mis padres y ni por la mía, se que vamos a morir.

Uno de ellos me sonrió de forma perversa — ¿Qué hacemos con ella?

— Matarla, ha visto lo que hemos hecho con sus padres. Aunque su comportamiento me está sorprendiendo — se acercó a mí, viendo el vacío en mis ojos — Es raro que tenga esa expresión, no sale ni una lágrima de ellos. Ni siquiera se retuerce.

Mis ojos se desviaron a sus gigantes pies, botas militares cubiertas de sangre.

— ¿Y qué más da? — dice uno el otro que mató a mis padres — Déjala inconsciente y mátala.

— Mejor — habla el que me sujetaba — La vendemos a una de las mafias de trata de mujeres, con una niñita como ella podemos ganar mucho dinero.

No sé de lo que estaban hablando, pero me daba igual, no siento nada.

Uno de ellos se queda pensativo — Es buena idea.

Desperté en una camioneta atada de manos a pies. Estaba mareada, quería vomitar. Así que eso hice, eché la poca comida que me llevé ese día a la boca.

— Eso no se hace — me dejó de nuevo inconsciente.

Mis ojos se abrieron cuando ya estaba fuera de la camioneta viendo luces, estaba viendo a un hombre frente a mí que desconocía como los tres anteriores.

Se acercó a mí con una pequeña sonrisa — ¿Cómo te llamas, niña?

No contesté, solo le observaba. Pasaron unos segundos cuando me agarró de la cara — Te he hecho una pregunta, niña — esta vez su tono era de enfado, pero aun así seguí sin contestar.

Me soltó — Acabamos de matar a sus padres, creemos que solo está en shock — habló uno de ellos.

— Ya, luego cuando le dé una lección le volveréis preguntar su nombre — chasqueo los dedos para que otros hombres me metieran en otro coche.