Capítulo 8

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La expresión en su rostro me dice que le he sorprendido.

No me separo ni un poco de su cuerpo, mi posición le impide a Charlotte moverse para alejarse. Hacerlo implicaría juntar nuestros cuerpos a un punto insostenible para los dos. Me esquiva la mirada al fijarla en mi pecho y mis dedos van a su mentón para levantarlo y obligarla a mirarme.

—Yo...—dijo en un susurro, — yo quiero saber cuál ese misterio que te rodea, cuando estoy cerca de ti.

Aunque me gusta despertar en Charlotte inquietud acerca de quién soy, no me conviene en nada que decida ir más allá de quedarse con ello y descubra en realidad quien soy, al menos hasta completar mis planes y destruirla a ella, también a su familia.

Me tomo la libertad de pasear mi dedo por su brazo, sintiendo al paso como se estremece por solo un poco de mi tacto en su piel, con la vista fija en su rostro y el de ella en el mío.

—Entonces estarás de acuerdo en ser mi invitada a cenar esta noche.

Mueve la cabeza muy despacio, asintiendo.

—Si, me gustaría cenar contigo.

El movimiento de sus labios me hipnotiza al punto que quiero saborearlos, y estoy convencido de conseguirlo, hasta que alguien toca la puerta interrumpiendo y ambos tomamos distancia.

—Adelante. —contesta Charlotte.

Al alejarme de Charlotte, vuelvo a recordar la razón por la que me encuentro aquí y le agradezco a Lillian que aparezca antes de cometer un error.

—Lotte, tienes a tu padre al telefono. —anuncia asomándose por la puerta.

—Enseguida tomo la llamada—contesta a su asistente y luego levanta el telefono, sonriendo de inmediato al escuchar su padre.

Mientras ella habla con Henry, aprovecho la oportunidad de pasearme por el despacho de la mujer sonriente a unos pasos de mí. La pared más grande está ocupada por centenares de fotografías, unas más antiguas que otras. Todas tienen un común denominador: Cáncer.

De todas las imágenes de mujeres con turbantes, con peluca o con su cabeza descubierta, una llama mi atención por el parecido que tiene con Charlotte.

Es Angela Parker quien sonríe a la cámara, la reconozco por las fotografías que me entraron en la carpeta de investigación. Su sonrisa lo es todo, es la misma que tiene Charlotte. La misma que me transmite esperanza y algo que aún no descifro, pero que pone mis nervios de punta ahora que he cambiado el curso de mis pasos rumbo a mi venganza.

Desecho aquellos pensamientos cuando escucho la risa de Charlotte y vuelvo a fijar mi mirada en ella.

Su risa es dulce, única, encantadora. De ese tipo que quieres escuchar siempre, de esas que son reales y que nada ocultan tras ella.

Se da cuenta que le miro, y sus mejillas se tiñen del rosa más bonito que mis ojos captaran alguna vez. Desvía la mirada, huyendo de mí y se concentra en la llamada que instantes después finaliza.

—¿Qué tal la pared de fotos? —me pregunta al pararse a mi lado.

—Me gusta—respondo, con las manos en los bolsillos para evitar tocarla—. Es un buen detalle, me imagino que llama la atención de quienes se reúnen contigo.

Ella mueve su cabeza de manera afirmativa.

—Así es. Afortunadamente, he conseguido que esta pared cumpla su misión y espero conseguir lo mismo con una fuera de mi despacho—comenta, invitándome a salir de la oficina—. Ya me quedo pequeña para las fotografías que escojo de cada evento, es como seguir una tradición. Las primeras las hicieron cuando mi madre organizaba eventos con las pacientes que estaban en tratamiento con ella, yo aún era una niña cuando eso paso.

𝗘𝗻 𝗹𝗮𝘀 𝗺𝗮𝗻𝗼𝘀 𝗲𝗾𝘂𝗶𝘃𝗼𝗰𝗮𝗱𝗮𝘀 ❤🔥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora