Capítulo 13

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El saco de boxeo se sacude con fuerza en cada golpe preciso que le propino, siguiendo mi rutina de ejercicios. Gotas de sudor surcan mi espalda hasta perderse en la cinturilla de mis pantalones cortos de gimnasio, mi cuerpo vibra con fuerza y mis pies no paran de moverse en torno al saco. No importa cuanta intensidad le ponga a cada golpe, no sirve de nada porque sigo pensando en Charlotte y lo mucho que quiero ir con ella. Cada sensación que despierta en mi es contradictoria, confusa y me lleva a luchar contra todo lo que me trajo hasta aquí.

Mi móvil rompe el silencio en el gimnasio del pent-house, y también el bucle de pensamientos confusos. Tomo un descanso para responder, en la pantalla aparece el nombre de Larissa, y con la misma inmediatez con la que tome el aparato vuelvo a dejarlo en la banca al lado de la toalla.

—No vas a lograr nada presionándome, Larissa.

Se bien que quiere chantajearme con la carpeta de Charlotte que tomo de mi escritorio, quiere que me rinda a sus deseos y no estoy dispuesto a aceptarlo. Hablare con ella cuando yo quiera, eso le enseñara a entender que no soy alguien a quien puede manipular a su antojo.

Hago mis estiramientos con calma, para evitar lesiones o molestias. La ducha se lleva el sudor impregnado en mi piel por el ejercicio y relaja mis músculos luego de la rutina que sigo para mantener mi estado físico y descarga el estrés diario con el que vivo por mi trabajo.

En el vestidor, escojo mi traje a la medida color azul, camisa blanca y corbata gris plata. Mientras anudo esta última, pienso en lo que le dire.

Mi idea es sorprender a Henry, quiero ganarme su confianza y hacerle creer que puede confiar en mí, ser su único amigo ahora que los rumores empiezan a acrecentarse y en los círculos de la alta sociedad neoyorquina su apellido resuena, pero no por adjetivos precisamente buenos.

Cuando termino de ajustar mis gemelos, le sigue la loción y mi reloj Cartier. Los golpes en mi rostro ya están quedando en el olvido, no se notan mucho si no los miras con detenimiento y eso en mi caso, es poco si tienes en cuenta que son contados los que mantienen su mirada en mi rostro.

Al llegar al salón, me encuentro a Dora, mi ama de llaves ocupando su lugar habitual.

—Buenos días, Dora.

La mujer de tez cálida voltea y me sonríe, en sus manos lleva la taza de café humeante que siempre me entrega en las mañanas antes de mi salida matutina habitual.

—Buenos días, joven—responde con su marcado acento colombiano al hablar—. Aquí tiene su cafecito.

—Gracias Dora.

La mujer sigue sus labores, mientras ojeo la selección de periódicos que al igual que el café, deja sobre la encimera para que las pueda examinar antes de marcharme a trabajar.

— No vendré a cenar, así que no me dejes cena para esta noche. —le informo.

—Entendido, joven—contesta, asintiéndome—. ¿Escogió los trajes que me pidió llevar a la tintorería?

Asiento, agitando mi cabeza.

—Si. Los puse sobre el sillón de mi vestier.

—Entonces, con su permiso voy a buscarlos. Que tenga una buena jornada, joven Ward.

—Gracias Dora.

Minutos después estoy atravesando el vestíbulo de mi edificio, José aguarda junto al auto. Cuando me asomo a la puerta, abre la del auto esperando a que suba.

—Buenos días, José.

—Buen día, señor Ward.

El hombre rodea el auto luego de cerrar mi puerta y sube a su puesto, encendiendo el auto segundos después.

𝗘𝗻 𝗹𝗮𝘀 𝗺𝗮𝗻𝗼𝘀 𝗲𝗾𝘂𝗶𝘃𝗼𝗰𝗮𝗱𝗮𝘀 ❤🔥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora