Capítulo 11

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Espero que Charlotte aún no se haya ido a la cama, eso es lo que deseo cuando tomo mi telefono y abro el chat en la aplicación de mensajería. Son varios los intentos que hago buscando iniciar la conversación.

—Charlotte...

Digo en voz alta su nombre, lo único que mis dedos escriben en el chat. Uno tras otro pensamiento pasa por mi mente, desesperándome en medio de la confusión que ha generado en mi ser, en tan poco tiempo, esta mujer. Producto de ello arrojo el telefono a un lado en el sofá cuando me pongo en pie. Llevo la el pecho descubierto, y el pantalón a medio abotonar porque cuando puse un pie dentro del salón me sentía asfixiado. Mi camisa permanece hecho un ovillo en el suelo, junto a la americana que use esta noche.

Abro la puerta plegable del balcón buscando el aire del exterior, ese que golpea como cuchillas mi pecho y que poco me importa si puedo resfriarme.

Miro al horizonte, embebiéndome del paisaje nocturno que ofrece la siempre despierta ciudad de Nueva York y la activa Manhattan. Los rascacielos de cientos de pisos, lujosos, a los que pocos tienen acceso, tan altos como en el que estoy yo ahora mismo. Esos que hace muchísimos años cuando apenas era un niño, me parecían inalcanzables porque lo único que podía tener eran las tres comidas al día, algunas prendas de ropa de segunda mano y con suerte un buen par de tenis que debía cuidar hasta que de nuevo otra donación llegara al orfanato.

—Eso es—hablo en medio de mi soledad—. Esto es lo que debo recordar, al carajo Charlotte.

Recordar cada triste día desde que lo perdí todo, empieza a calmar lo que ella despierta y vuelvo a concentrarme nuevamente en mi objetivo.



Hacer el trayecto que a diario hago hasta mi oficina en la mañana, hoy despierta las miradas curiosas de los empleados que empiezan a llegar a sus puestos de trabajo. Aunque alcanzo a captar ojos muy abiertos por la sorpresa que producen los golpes en mi rostro, aquello desvían la mirada y se fijan en su camino o se concentran en sus labores.

Si bien es cierto no son golpes de gravedad, aún siguen siendo motivo de sorpresa en todo el que fije su vista mi cara, cuando se supone que soy la impoluta imagen de Ward Corp.

—Buenos días, Estela—saludo, pasando por su puesto antes de ingresar en mi despacho.

—Buenos días, señor Wa-ward—responde con sorpresa al levantándose de su lugar y enfocar mi rostro. Se recompone muy rápido y me sigue los pasos dentro como todas las mañanas. Ante su atenta mirada, me quito la americana y la cuelgo en el perchero tras de mi —. La reunión con los ejecutivos de Burlington, esta agendada y confirmada para las diez. Le recuerdo que en diez minutos debe entrar en la videoconferencia con la oficina en Londres. La señorita Larissa llamo, pidió espacio para hablar con usted—vuelvo mis ojos a mi asistente, cuando menciona el nombre de aquella— hice tal cual lo que me dijo que hiciera si llamaba.

—Hiciste bien— contesto de inmediato—. Si llega a venir mientras estoy aquí, dile que me espere sentada fuera de mi oficina, por ningún motivo la quiero merodeando aquí ¿entendido? —Estela, asiente moviendo la cabeza.

—Así se hará, señor.

—Bien. Puedes retirarte, y por favor pide a la cafetería de la esquina un batido verde para mí.

—De inmediato, señor.

Tal y como lo dijo mi asistente, la videoconferencia inicia diez minutos más tarde y el rostro del director general de la sede en Londres de Ward Corp, aparece en la pantalla saludándome. Creo que mis golpes no se aprecian en cámara, porque no veo sorpresa en su rostro al saludar.

𝗘𝗻 𝗹𝗮𝘀 𝗺𝗮𝗻𝗼𝘀 𝗲𝗾𝘂𝗶𝘃𝗼𝗰𝗮𝗱𝗮𝘀 ❤🔥Where stories live. Discover now