Capítulo 8 ∞ Distinta

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    *–Luna–*

Mis ojos ardían como el mismísimo fuego del jodido infierno. Creo que solté un alarido de dolor. ¿Me había quedado ciego? Dios, joder.

—¿Jayden? —dijo una dulce voz.

—¡¿Te has vuelto loca?! No veo nada.

Palpé la pared y maldije en voz alta todo tipo de tacos mientras intentaba guiarne a ciegas por el pasillo. Sentí como sus manos intentaban ayudarme, pero, en seguida, la rechacé:

—¡No me toques!

La muy testaruda no me hizo ni puto caso. Me condujo hacia el salón como si fuera un inválido. Me tumbé sobre el sofá y mi boca mostró una clara mueca de dolor. A pesar de que los ojos me ardían como si tuviese una guindilla en las jodidas córneas, no derramé ni la más mínima lágrima.

—Lo siento, pensé que te habías marchado y que no volvías hasta mañana —me dijo Elodie algo avergonzada desde la cocina donde la oí mojar algo en el fregadero.

—Cambio de planes —solté por lo bajo.

Lo cierto era que mi supuesta cita con Michelle no había salido cómo planeé. Suerte que no volvería a verla, así aprendería a no dejarme con las ganas.

Sentí un trapo mojado sobre mis ojos y me retorcí por el escozor.

—¿Qué clase de loca lleva a la universidad un spray de pimienta? —le pregunté, mosqueado por el sufrimiento que me estaba haciendo pasar.

—La clase de loca que no quiere que la violen de noche a la salida de la universidad.

La risa se escapó disparatadamente de mi interior y sin el menor remordimiento de culpa.

—¿De qué te ríes? —quiso saber. Supe que estaba cerca de mí porque oía su respiración a la perfección.

—Oye, estamos en Yale, no en una universidad cualquiera. Aquí no hay violadores psicópatas.

—Pues tú podrías ser uno —me dijo lanzándome el trapo mojado a los ojos. Oí como se alejaba enfadada.

—¿A dónde cojones vas? —grité intentando incorporarme—. Ya que me dejas ciego podrías ser un poco más cuidadosa con tu víctima.

Sus pasos se detuvieron en seco.

—¿Quieres qué te haga la cena? ¿Una manta tal vez?

Me encogí de hombros diciendo:

—Por mí como si me haces la colada.

—Idiota —masculló entre dientes.

  —Tienes suerte de que no vea nada —le advertí restregándome el paño por la vista y calmando cuidadosamente el picor.

—Ahora vengo.

Esperé varios minutos hasta que llegó a mi lado. Oí con claridad cómo desenroscaba la tapa de un botecito, y luego, me deshizo del paño.

—Abre los ojos -me ordenó.

—¡No!

—Eres peor que un niño.

Hice el esfuerzo de abrir los párpados y poco a poco fui vislumbrando a Elodie. Un lunar se veía escondido debajo de su ojo cristalino, era diminuto, pero le daba un toque peculiar que la caracterizaba. Esa muchacha de melena rubia y ojos centelleantes que se cernía ante mi vista. Una de esas chicas que parecen demasiado perfectas para ser de carne y hueso, y que misteriosamente consiguen no resaltar su belleza, sino ocultarla.

Me sujetó el párpado para que no lo cerrara y vi cómo, muy lentamente, se acercaba a mi pupila un cuentagotas. Soltó varias sobre mi ojo, y enseguida, me sentí mucho mejor ante su contacto.

—Es colirio —me explicó—. Ahora estate muy, pero que muy, quieto.

   Me mantuve rígido mientras dejaba que actuará sobre mi otro ojo malherido.

—Ya está, mañana estarás como nuevo.

—Gracias —dije sin saber por qué. Yo nunca daba las gracias, nunca. Sin embargo, se las había dado, inconscientemente.

—De nada, aún no me creo que no hayas llorado. El spray incita a derramar lágrimas.

—¿Acaso vas a estudiar medicina? —le pregunté en un tono bastante cortante por no decir borde.

—No, periodismo —dijo de buena gana mientras cerraba el cuentagotas.

¿Periodismo? Era extraño, yo la veía más como una pediatra cuidando a niños enfermos en un hospital. Elodie tenía una apariencia tan inocente que no había otra imagen que mejor la quedara.

—Para tu información —volví al tema principal—, yo no lloro.

-¿Tan duro es tu corazón?

Aquella pregunta tenía una respuesta demasiado obvia.

—Podría decirse.

—¿Y cuál es el motivo? —inquirió demasiado directa, pero con un rastro de sutileza en su voz.

—Nos estamos yendo del tema —la previne antes de que, con sus encantos, me sacaran toda la información posible—. Es simple, no soy capaz de derramar lágrima alguna, y punto.

Se me daba bien cerrar conversaciones, me satisfacía ser el que poseía la última palabra.

—Algo tuvo que pasarte —dedujo la muy listilla—. Quizás no sea algo científico y sea más... psicológico.

Alcé una ceja intentando determinar a dónde quería llegar Elodie.

—¿Insinúas que estoy loco? —Reí cargado de ironía—. Créeme, Elodie, cuando te digo que no eres la más indicada para llamarme loco.

—Oye, perdóname por intentar protegerme —alzó la voz zarandeando con las manos—. Me dejas sola en este apartamento desértico y no ves normal que utilice un arma contra ladrones o a saber qué.

—Te olvidas de que es mi casa, y puedo entrar y salir cuando yo quiera.

—Podrías avisar. Sabes lo que es, ¿no? Se puede hacer se muchas formas, tal vez con... un mensaje: «Elodie que al final llego a casa antes, no te preocupes si oyes ruidos».

—Por el amor de Dios. ¿Te quieres callar? Me estás dando dolor de cabeza —dije mientras me estrujaba el puente de la nariz—. Ayúdame a llegar sano y salvo a mi habitación, ¿quieres?

Elodie, de malas, me sujetó entre sus debiluchos brazos y andamos con pesada lentitud hasta llegar a la puerta negra de mi cuarto. Me dejó sobre la cama de matrimonio tan oscura como todo su entorno.

—Adiós —me despedí apretando los dientes.

Lo siguiente que oí fue el portazo que dio al salir de mi habitación. Me quedé solo y aturdido. Conseguí desviar mi mirada hacia le techo dándole vueltas a la inusual personalidad de mi nueva inquilina. Era como un alma delicada por fuera y que, por dentro, escondía un fuerte carácter que te dejaba totalmente desorientado. No era cualquier chica, eso estaba claro.

Aquella fue la primera noche que soñé con Elodie Stuart.

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