Capítulo 20 ∞ Rompiendo las reglas

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.–Luna–.

  —¿A qué estas jugando? —quiso saber Cody estrujándose el puente de la nariz.

—Es mi vida, puedo hacer lo que quiera.

—¿Tu vida? Te recuerdo cómo acabaste la última vez. ¿Quieres cometer el mismo error dos veces?

  —Ella no es un error! —le grité, enfadado.

  —Pero ¡¿qué te está pasando?! ¿A caso oyes lo que dices?
 
   Comencé a dar golpecitos con el pie mientras me cruzaba de brazos.

  —Me pasa que estoy harto de la misma mierda, Cody. Me merezco ser feliz de una puta vez, ¿no crees?

  Se mantuvo callado sopesando su contestación.

   —Se te irá de las manos.

  Ya se me había ido, era consciente de que la situación ya no la manejaba yo, sino ella.

  —Solo es mi compañera de piso, nada más.

  —¡Eso dices ahora! ¿Qué pasará cuando te canses de ella? ¿O ella se cansé de ti?

Analicé sus palabras. No había cosa que más temiera que perderla. Sería perder una batalla en la que quería participar y, sobre todo, ganar. Puede que Elodie solo fuera mi inquilina, pero para mí era mucho más.

—Tienes que parar con esto, te lo advierto porque eres mi amigo —dijo señalándome con el dedo.

Fui a responderle cuando capté por el rabillo del ojo una figura en la entrada del salón. Elodie, la chica más diferente e increíble que había conocido, estaba observándonos como si estuviéramos locos, no la culpaba de ello. También vi que llevaba sus libros en la mano indicándonos que se marchaba y algo me decía que nosotros eramos el motivo de ello.

—No me dejáis estudiar.

  —Lo siento —respondí al momento disculpándome por los dos. Habíamos pegado unos gritos atroces.

Cody esperó, inquieto, a que Elodie cerrara la puerta para espetarme:

  —¿Lo siento? ¿Desde cuándo dices lo siento?

Y siguió regañándome, una y otra vez como si fuese mi hermano mayor, hasta que no aguanté más y exploté:

  —¡Me estás dando dolor de cabeza! Tú no tienes ni la mínima jodida idea de lo que me pasa. No serías capaz de entenderlo, Cody.

  —¡¿Cómo que no?! Ya pasamos por esto una vez, no voy a volver a dejar que ocurra, ¿lo entiendes?

  —Vete —le pedí intentando controlarme—. Lárgate.

  —Está bien, pero luego no me vengas llorando —soltó con ímpetu.

Cogió su chaqueta de cuero marrón con descaro y se dirigió a la puerta.

—¡Yo no lloro! —le recordé antes de que cerrara de la puerta de un sonoro portazo.

  Aquellas preguntas que me había formulado mi mejor amigo me hacían entender cómo mi vida estaba dando un giro. Ahora nada tenía sentido, pues ya nada estaba en su lugar.

      ∞ • ∞

  Estuve con Hugh y los demás en un bar cercano tomándonos unas copas. Necesitaba desconectar, ingerir algo de alcohol que me hiciera olvidar los múltiples problemas que me atosigaban constantemente.

  Cuando ya era tardé conseguí entrar por la puerta de mi ático en perfectas condiciones, no estaba ni un poco borracho, bueno, quizás algo mareado.Entonces la vi, estaba leyendo una especie de libro sobre la encimera metálica de la cocina, pero había algo raro, algo que simplemente no cuadraba. No era ella.

—¿Elodie?

  Levantó la mirada privándose de las gafas para verme mejor. Ahora sus opalinos ojos destacaban más que nunca en su esculpido rostro.

—Pero ¡¿qué has hecho, insensata?! —espeté, horrorizado.

  La preciosa melena rubia de mi inquilina había sido remplazada por una oscura de color marrón. Su pelo, su precioso cabello de trigo había desaparecido.

—¿No te gusta? —me preguntó cerrando el libro y peinándose las puntas con una mano.

—¡No! —me sinceré de inmediato—. No eres tú.

  —Según una fuente... me contaron que te gustaban las morenas. Y yo... solo quería... agradarte.

¿Qué? ¿A qué estaba jugando? Tenía que ser una broma pesada. La Elodie sensata que conocía jamás habría sacrificado su cabello por mí.

  Crucé el salón hasta llegar a la cocina. Y, en un raudo movimiento, me vi obligado a agarrar su muñeca tirando de ella.

—Pero ¿qué haces? —gritó intentando zafarse de mi agarre.

—¿Tú que crees? Te voy a llevar a la peluquería para que arreglen lo que has estropeado.

  —¡Ni en broma!

  Me di la vuelta para quedar frente a frente con Elodie. Le dediqué mi más intimidante mirada consiguiendo oír su irregular respiración.

  —Vas a ir —sonó como una orden, y lo era.

  Con la mano con la que no la sujetaba se agarró de la raíz y se deshizo de la peluca que llevaba puesta. Su melena de oro volvió a surgir para mi sorpresa y alivio.

—¡Feliz día de los inocentes! —me dijo como si me la hubiese jugado.

  —¡Pero si no es el día de los inocentes! —protesté puramente indignado.

—Ya lo sé, solo quería ver la cara que pondrías al verme morena.

  —Ohh... ¡te vas a enterar! —la amenacé.

   La muy listilla salió corriendo antes de que pudiera atraparla. Fue hacia la zona de la televisión y comenzó a marearme cambiando de dirección para impedir que la alcanzara. Finalmente crucé el sillón pasando por encima de él, y me tiré encima suyo placándola. Caímos sobre la suave alfombra blanca del salón y rodamos unidos y riendo hasta que chocamos contra la mesilla central, y se instauró un intenso silencio. Estuvo muy quieta, pues teniendo mi cuerpo pegado al suyo era incapaz de moverse. Sujeté sus muñecas contra el suelo para que no se zafase de mí de ninguna de las maneras posibles, y la dije:

—Ni se te ocurra volver a hacer eso.

  Mi boca estaba tan cerca de la suya que sentí su aliento mentolado contra el mío.

—¿O qué? —se mostró desafiante.

—O... —no pude terminar la frase porque me atestó un rodillazo donde más le podía doler a un hombre.

Solté un quejido de dolor y la desaté para hacerme un ovillo.

—Eso es lo que te pasa por amenazarme.

Orgullosa, se marchó del salón dejándome pensativo. ¿Quién era Elodie Stuart para mí? Tal vez con el tiempo aquella pregunta llegaría a tener una respuesta.

Cody tenía razón, estaba cometiendo el mismo error por segunda vez. Y lo que era incluso más importante que eso, estaba incumpliendo la primera regla impuesta en cuanto a compartir piso con compañía femenina: prohibido enamorarme de mi inquilina.


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