Capítulo 42 ∞ Desvelado

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            .–Sol–.

  El otoño llegaba a su fin justo cuando el invierno estaba a la vuelta de la esquina. Mi época favorita del año. El mundo entero se cubría de blanco y llegaba la navidad. El frío era cada vez más notable y Jay hizo instalar una chimenea acristalada en el salón. Era increíblemente atento, se preocupaba por mí a todas horas. Solo había pasado una semana desde que volvimos de Kansas y, aunque mi familia nos había invitado a ir por navidad, lo rechacé. Había decidió pasar las fiestas junto a Jay, como si los dos fuéramos una familia. Sería la navidad que nunca tuvo de niño.

   —Si sigues mirándome no creo que pueda concentrarme —me hizo saber mientras hacía sus «deberes» en varias hojas en blanco.

  Lo que más me atraía de Jay era la inteligencia que poseía. A simple vista, jamás nadie le habría tomado por un superdotado, pero si le analizabas con más precisión, llegabas a darte cuenta de pequeños detalles que lo caracterizaban como tal. Era un maniático, le gustaba controlarlo todo y tenerlo en su lugar y orden, aquello lo había descubierto cuando fui la primera en profanar su habitación prohibida.

  —Perdona. —Alcé las manos en alto—. Tú sigue escribiendo fórmulas sin sentido.

  Sacudió la cabeza y se centró en sus ecuaciones moviendo el bolígrafo de un lado a otro.

   Fui hasta la cocina y comencé a preparar dos tazas de chocolate caliente para los dos. Al ver que no quedaba más chocolate, no tuve otra que echar cacao en polvo para darle color a la leche. Tras varios minutos en el microondas, saqué ambas tazas cogiéndolas por el mango y las deposité en la encimera. El muy goloso de Jay guardaba un paquete de nubes en uno de los estantes. Dejé caer un par de nubes en cada taza para que se fundiera con el calor.

  —¡Maldita sea! —Se tiró de los pelos—. Es imposible, no tiene solución.

   Anduve hasta la mesa del comedor y posé mis manos en sus hombros dándole un mero masaje para aliviar su estrés.

  —Te van a salir canas como no te relajes.

   Oí como suspiraba al mismo tiempo que cerraba los ojos. Me incliné para abrazarle y le di un par de besos por el cuello. Se estremeció con mi contacto enderezando su compostura.

  —Elodie,  ¿qué haría yo sin ti? —dijo casi retóricamente.

  Me separé de él para que volviera con sus cálculos de cerebrito.

  —Creo que necesito un descanso —declaró parándome para que no me fuera. Sin embargo, fui hasta la cocina para coger las tazas  y las llevé hasta la mesa. Tomé asiento en el regazo de Jay. Con una mano me agarraba de él mientras que con la otra le pegaba un sorbo a mi bebida caliente.

  —Sabes —comenzó a decir relamiéndose los labios —, un día de estos te veo creando tu propio negocio. «Café y otras bebidas calientes de Elodie Stuart».

  Yo me reí provocando que me manchara con un bigote de espuma achocolatado. Jay me quitó la taza de las manos y con un el dedo índice me limpió cariñosamente. Luego, consiguió que me inclinara lo suficiente para besarle. El chocolate le había dado un sabor de boca exquisito. Mientras nuestros labios jugaban a morderse abrí un ojo al ver algo que de inmediato llamó mi atención.

   —¿Qué ocurre?

  —¡No es posible!

  Me levanté de golpe y corrí hasta el ventanal como una loca. Hacía tiempo que había anochecido y la tenue luz de las farolas alumbraba la calle de árboles pelados. En seguida presencié como del cielo caían copos de nieve aguada.

EclipsadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora