Capítulo 45 ∞ El premio

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           *–Luna–*

     —Aún estás a tiempo para quedarte en New Haven.

—Te he dicho que voy contigo —volvió a repetir—. Arranca ya, ¿quieres?

Testaruda.

—Intentaré que volvamos mañana por la tarde —le hice saber antes de pisar el acelerador de mi BMW.

  —Así que Los Hamptons —dijo con tono de resignación.

   —Cuando dejé de visitar la casa de la playa, mi padre instaló a mi abuelo Henry en ella por no meterlo en una residencia de tercera edad.

  —No sabía que tuvieses un abuelo.

La miré por unos segundos para luego volver la mirada a la carretera. Estaba anocheciendo y me vi obligado a encender las luces del coche. Tomé dirección a Long Island.

   —Antes mi abuelo lo era todo para mí.

  —¿Qué os ocurrió?

—Verás... —se me hacía muy difícil hablar del pasado pero sabía que me había convertido en un libro abierto para Elodie—. Mi abuelo fue como el padre que nunca tuve. Hasta que murió mi madre. He culpado a mi abuelo de su muerte todos estos años. Sé que te conté que ella se murió de cáncer. Ninguno en la familia tenía dinero para proporcionarle un tratamiento más eficaz. Ninguno excepto mi abuelo, poseía cierta herencia guardada a buen recaudo. Me enteré de que tenía ese dinero una semana después de que ella muriera.

Elodie no dijo nada. Se mantuvo callada y dejó que siguiera conduciendo tranquilo. Minutos después, apoyó su cabeza en mi hombro y se durmió. Yo era consciente de que se compadecía de mí. Habría dado lo que fuera por haberme criado en su vida. Haber recibido el amor que me faltaba para ser feliz.

           ∞  •  ∞

Estaba nervioso. Tantos años sin ver ni hablar a Henry. Y ahora él se estaba muriendo y todos los recuerdos de mi infancia regresaron. Las veces en las que me llevaba al hipódromo para apostar por el caballo más veloz. Mi abuelo solía decirme que un día de estos nuestro caballo ganaría y nos haríamos apestosamente ricos. Nunca ganamos, pero tampoco perdimos la esperanza.

—Elodie —la llamé entre susurros.

Se desperezó en el asiento del copiloto.

  —Ya hemos llegado, mi sol.

Al ver que no se despertaba tuve que cogerla en brazos para caminar hacia la lujosa mansión de Los Hamptons. Lo único que me motivaba a entrar en aquel lugar era no estar solo. Elodie estaba conmigo.

  El coche de Christopher estaba aparcado junto al mío, habría llegado minutos antes que nosotros. Subí los peldaños de la entrada sujetando con fuerza el cuerpo de Elodie para que no se me cayera. Alguien me abrió la puerta antes de llamar al timbre.

  —Bienvenido, señor Irons —dijo la voz de la sirvienta encargada del turno de noche.

—¿Dónde está? —quise saber.

—En la habitación de su padre.

Se hizo a un lado para invitarme a pasar. Entré sin percatarme de los cambios que se habían realizado en la casa durante mi ausencia. Subí las escaleras hasta llegar a la que fue mi habitación durante mucho tiempo. Deposité a Elodie en mi cama y antes de marcharme, le di un beso en la mejilla que no palpaba la almohada.

La habitación de mi padre seguía tal y como la recordaba. Sentí un dolor en el pecho cuando la imagen de Merilyn y Christopher volvió a mi mente. Una agonía que desapareció al ver a mi abuelo Henry dormido en la cama de matrimonio. Se había ido convirtiendo en una persona frágil y arrugada, que necesitaba vivir con una enfermera que atendiera todas  y cada una de sus necesidades. No había ni rastro de aquel abuelo entrañable que me compraba golosinas a la salida del hipódromo. Quizás fui demasiado duro con él, le culpe de egoísta, de no tener el valor para salvar a mi madre. Pero aquello era el pasado, tenía que cambiar el presente.

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