Capítulo 48 ∞ Una decisión

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           .–Sol–.

      El sonido constante de una máquina me hizo despertar. Solo vi una habitación blanca de hospital y una enfermera que me inyectaba algún tipo de medicamento.

  —Tranquila —me dijo—. El doctor quiere hablar contigo.

     —Jay —consiguieron articular mis labios.

    —¿Te refieres a ese chico que lleva toda la noche aquí?

Asentí levemente.

   —Esta esperando afuera, ¿le digo que entre?

   —Sí.

  La enfermera terminó su trabajo y salió al pasillo. No tardé en recordar lo sucedido, la pelea con Jayden y... un dolor, un profundo dolor que no era la primera vez que sentía y que me hizo temer por mi vida como nunca.

—Ey, ya estás despierta.

  Sonreí al verle en el umbral de la puerta, tan guapo como le recordaba. En su semblante se relejaba algo de alivio y cierta preocupación.

  —¿El médico te ha dicho qué me ocurre?

Caminó hasta la camilla y se sentó a mi lado cogiendo mi mano la cual tenía un contador de tensión.

—Dice que solo hablara con miembros de tu familia.

—Jay...

—No... Elodie, ayer fui un capullo contigo, perdóname.

Alcé mi mano para levantar su barbilla y le miré a los ojos.

—Los dos tuvimos la culpa. No soy quién para decidir por ti.

El sonido de la puerta abrirse nos interrumpió. El doctor entró con una carpeta en mano y colocándose las gafas.

—Señorita Stuart, me gustaría hablar con usted a solas.

Jay me miró, y yo con la mirada le dije que se fuera un segundo. Me dio un leve beso en la mejilla, y se marchó.

—Soy el doctor West, tras el accidente de ayer, le hemos hecho una serie de pruebas y hemos detectado algo. Según su expediente médico, usted tuvo Hermetrosis a los cinco años, ¿es eso cierto?

Asentí recordando aquellos años de mi vida en un hospital. Mi madre trayendo flores nuevas todos los días para que las viejas no se marchitaran y mis hermanos haciéndome dibujos que pegabamos en las frías paredes del hospital.

—Se le ha vuelto a detectar Hermetrosis, señorita Stuart. Cabe la posibilidad de que las enfermedades vuelvan a surgir. Y temo decirla que...

—¿Cuánto me queda? —pregunté con la voz rota.

—Un mes y medio, tal vez, un poco más, puesto que la hemos detectado demasiado tarde.

Me quedé en blanco, como si aquella fuera la peor noticia que me hubiesen dado en toda mi vida. Mis planes de futuro rotos en mil pedazos por el suelo. Y Jay, Jay era lo peor de todo.

—De todas formas puede someterse a algún tratamiento, he oído que en algunos estados del país existe una operación con cierto riesgo, pero que ha dado buenos resultados. Así que..., de momento, voy a darle un medicamento para los peores días, ¿le parece?

  Cuando el doctor hubo terminado se fue dejándome sola.

   Ahora tenía que decidir que hacer los últimos días de mi vida. Mi padre también sufrió la misma enfermedad, e aquí que sea hereditaria. Hay una operación que fundió todos los ahorros de la familia y que logró pasar mi padre con un golpe de suerte. Cuando yo la tuve de pequeña no necesite someterme a la operación, pues la detectaron con suficiente tiempo para pararla antes de que se extendiera.

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