Capítulo 25 ∞ A color

45K 4.3K 528
                                    

  *–Luna–*

Su olor, su dulce aroma me despertó. Debía utilizar algún champú especial para desprender ese perfume por toda mi cama. No era un sueño, era verdad. Estaba entre mis brazos permitiendo que su melena de oro me rozara el rostro. Un momento... ¿Había dormido con Elodie Stuart? ¿Cuándo fue la última vez que dormí con una chica sin hacer otra cosa que no fuera dormir? Nunca, que yo supiera. Me sentía como un auténtico inexperto en este campo.

   Recordé entonces cómo sin darme cuenta, la noche anterior, le había confesado una parte de mi pasado a Elodie. ¿Qué habría pensado de mí? ¿A caso creía que era una estrategia para dar pena? Me sentía puramente avergonzado. ¿Por qué demonios había tenido que hacerlo?

  Elodie se revolvió en mi cama aferrando con fuerza mi camiseta verde oscuro. Mis manos la mantenían pegada a todo mi cuerpo transmitiéndome su calor corporal.  Podría quedarme de esta forma días, incluso meses enteros.

   —Jay... —su delicada voz me despertó del trance.

  —Elodie —susurré su nombre. Pero ella no se movió, seguía durmiendo.

  Aproveché para acariciarla, tenía una tez tan fina y suave como una nube de algodón. Me encantaba todo su jodido ser; sus labios, su cabello, sus facciones e incluso sus imperfecciones, por pequeñas que fueran. Aún no creía que pudiera estar durmiendo en mi cama, pegada a mí. Cualquier hombre de la Tierra habría sentido envidia de mi posición. Pero yo quería más, siempre había exigido más. Quería que Elodie no fuera mi simple compañera de piso. Quería que fuera mía, solo mía.

               ∞ • ∞

  El sonido de la puerta me alertó de que acababa de llegar. Corrí hacia el salón sintiendo como me ponía tan nervioso que las manos me sudaban.

  Elodie se había ido temprano para ver cuanto antes las notas de su último examen. Era nuestro único día libre así que esperaba pasarlo junto a ella. Al verla, mi rostro se iluminó. Estaba apoyada en la puerta, con una trenza de espiga que le sujetaba el pelo de la raíz a las puntas. Llevaba un poncho naranja que le sentaba tremendamente bien. Mi Elodie, tan preciosa como siempre sino fuera porque unas cristalinas lágrimas surcaban sus suaves mejillas.

  —J-Jay... —me llamó sollozando mientras cerraba los ojos para dejar escapar más agua salada.
 
  —¡¿Qué ha pasado?!

Terriblemente preocupado crucé el salón hasta llegar a su encuentro. Mis grandes manos la cogieron del rostro y la atrajeron hacia mí, permitiendo que nuestras frentes se juntaran.

  —He suspendido.

  Oh, mierda.

Era consciente de que suspender para Elodie era como perder una batalla en la que las segundas oportunidades no existían. Instintivamente, la abracé dejando que llorara hundiéndose en mi pecho. Comencé a calmarla de la única forma que sabía; con caricias.

  —N-no lo entiendo —me decía apretando con sus uñas mi sudadera—. Estudié muchísimo. Yo nunca, nunca he suspendido, Jay. Si hasta lloré la vez que saqué un cinco en educación física.

  —Lo sé —afirmé dándole un beso en la coronilla. Después, apoyé mi barbilla en su hombro —. Intenta calmarte, los primeros exámenes son los más difíciles.

—¿Y tú como lo sabes? —quiso saber dando a notar su indignación—. Para ti no hay nada difícil, eres superdotado. No te hace falta mover ningún dedo para sacar notazas. Yo me esfuerzo, Dios sabe que me esfuerzo —Se separó de entre mis brazos—. ¿Y qué consigo? Un maldito suspenso.

EclipsadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora