Capítulo 30

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-Parece que todo está en orden -anunció, la enfermera, guardando su estetoscopio en su maletín negro -. Eres un hombrecito muy fuerte y valiente -sonrió, acentuando las arrugas de la edad.

Frederick estaba de pie, sobre la cama. Sonriendo de forma orgullosa por el cumplido de la enfermera. Era lo que más ansiaba, llegar a ser un hombre, como su padre.

-Por favor, síganle dando los medicamentos -dijo, hablándole a Emma y Roberts que se encontraban parados a un lado de la cama -, cualquier cosa llaman a la Doctora Akerman.

-Muchísimas gracias, la acompaño hasta la puerta -se ofreció, Emma, acompañando a la enfermera y dejando solos a Roberts y Frederick.

-Tío, ¿piensas que podré llegar a ser un hombre? -preguntó, mirándolo con una sonrisita, triste.

Robert intentó ocultar la sorpresa y el terrible dolor que le había causado su tan inocente pregunta, con una sonrisa forzada. Se sentó a lado del chico y le pidió que hiciera lo mismo, sin dudar Frederick obedeció. El pequeño lo miraba tan profundamente que temía que pudiera leer sus pensamientos, pensamientos relacionados a muerte... su muerte. Amaba a su sobrino tanto como a su propio hijo. Le acarició con suavidad la cabeza y dijo:

-Claro que lo serás -susurró, intentando que su voz cargada de dolor no sea escuchada; deseaba que se pudiera convertir en un hombre.

Emma entró a la habitación con una sonrisa, luego de haber acompañad a la enfermera hasta la salida.

-No me quiero morir -negó efusivamente con la cabeza.

Ella sintió como su corazón repentinamente dejó de latir y una oleada de tristeza se apoderó de su pecho. Dejó de sonreír con aquello.

-¡Nadie va a morir! -exclamó de forma juguetona para apaciguar el ambiente que se estaba volviendo melancólico, ambos hombres la observaron - Frederick, ¿vamos por un helado? -le animó.

El rostro de Frederick al escuchar la palabra "helado" se iluminó y sus finos labios formaron una sonrisa más grande que la boca de un dinosaurio.

-¡Siii! -chilló Frederick, poniéndose de pie.

-Entonces... -se quedó con las palabras en la boca, al oír el timbre de la puerta sonar -que raro -arrugó la frente - ¿Se habrá olvidado algo? -preguntó Emma, refiriéndose a la enfermera.

Robert y el pequeño observaron sobre la cama y a los alrededores buscando alguna pertenencia de la mujer, pero no había nada.

Emma caminó hasta la puerta y cuando la abrió se quedó petrificada. No lo podía creer. Había pasado un buen tiempo desde que no la veía. Angelina estaba parada, mirándola con una ceja levantada y con la mirada desafiante, como siempre había sido su persona; desafiante. Nunca dejaba de llamar la atención, estaba preciosa con su vestido ceñido al cuerpo.

-Alex no está, vuelve más tarde -dijo Emma, intentando cerrar la puerta para impedir que entrase ya que el niño se encontraba ahí.

-No he venido por él -empujó la puerta con la mano derecha, impidiendo que la cerrara -. He oído ciertos rumores, como que mi hijo se encuentra aquí o ¿me equivoco? -sonrió de manera desafiante.

Emma la miró molesta, ¿Qué quería esa mujer? Dinero no lo creía, porque ahora había comenzado su carrera como modelo de pasarela y no necesitaba depender del dinero de otra persona y menos el de Alex.

-¿Qué buscas? -la atacó, Emma - ¿Por qué no puedes dejar ser feliz a mi cuñado? Tú no quieres al niño, no quieras usarlo para acercarte a Alex. Eres una arpía que solo...

-¡Eh! -la cortó, Angelina, colocando su dedo índice sobre la frente y cerrando suavemente los ojos -...que me das dolor de cabeza con tanto sermoneo.

-Aléjate, Angelina, no tienes nada que buscar aquí.

Angelina carcajeó suavemente y la miró.

-Soy la madre del niño, les guste o no. Así que será mejor que abras esa puerta por voluntad propia o llamaré a las autoridades -alejó la mano de la puerta y la colocó en la cintura.

Emma bufó, no podía hacer nada. Era la madre del niño y como tal tenía derecho de verlo. Aunque bien sabía que ella no lo quería. Pegó un respingo cuando algo o alguien se abrazó a su pierna derecha. Bajó la cabeza para ver a Frederick, observando a Angelina. Rápidamente levantó la mirada hacia esa mujer quien miraba a su hijo con las cejas levantadas.

-Vaya, veo que sigues con vida.

-¡Angelina!

Angelina rodó los ojos, no sabía cómo tratar con niños y menos con enfermos de cáncer.

-¿Qué? Me sorprende.

Frederick rodeó ahora la cintura de Emma con sus bracitos.

-¿Quién es ella? -susurró por lo bajo, sin apartar su mirada de aquella mujer que parecía sacada de un cuentos de hadas; le recordaba a una bruja malvada.

-Yo... -dijo Angelina, inclinándose hacia el pequeño, mientras este se escondía un poco más detrás de Emma, con miedo -soy tu mamá.

Frederick levantó la cabeza, mirando a Emma, esperando alguna respuesta por parte de ella. ¿Realmente era su mamá? Emma lo miró seria y afirmó con la cabeza en modo de respuesta, mientras acariciaba su cabeza. Frederick volvió a mirar a esa mujer y dio un paso al frente, separándose de Emma, sorprendiéndola y extendió su mano hacia Angelina.

-Mucho gusto, soy Frederick Forbes. Es un placer por fin conocerla -se presentó formalmente.

Emma se tapó la boca con la mano derecha, estaba conmovida por aquella acción. Él había estado deseando conocer a su madre por tanto tiempo. Nunca había imaginado que el actuara de esa forma tan madura para su corta edad.

Angelina lentamente apretó su pequeña y fría mano. Ella lo miraba neutra, al igual como lo miraba su pequeño hijo. Tenía la mirada de Alex y las facciones de ella. Era un niño bastante...guapo.

-El...placer es mío -titubeó, por primera vez.


LA ASISTENTE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora