Capítulo 34

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Alex besó por última vez los labios de Jenna, antes de salirse dentro de ella. Hacerlo detrás de un auto nunca estuvo en sus planes, pero fue la experiencia más deliciosa que pudo haber experimentado. Ella estaba jadeando, con el pelo disuelto. No habían sentido ni el frio del aire del auto, con tanta pasión que sentían. Ella se bajó la falda y él se cerró el cierre del pantalón para volver frente, al volante. Ella lo imitó volviendo a su asiento del copiloto.

—Oh, Dios... —jadeó ella, excitada todavía —eso fue... ¡increíble! —exclamó y ambos se miraron. Alex le sonrió antes de arrancar el motor.

—Espero que con eso te quede claro lo mucho que te amo —dijo de forma picara.

—¡Ja! Claro —dijo sarcásticamente.

—¡Hey! ¿No sabías que los hombres demuestran su amor a través del sexo? —bromeó —me encantas, Jenna —su voz se suavizó —, me encanta todo de ti.

Jenna sonrió y se perdió por un momento en esos ojos azules, que tanto amaba.

—¡Venga, vamos! —exclamó, eufórica —tenemos que llegar a esa cena.


Angelina tenía el rostro neutro, no demostraba ninguna expresión en ese momento. Intentaba con todas sus fuerzas no gritar de impotencia al estar colocando los platos sobre la mesa. ¡Ella no era ninguna sirvienta! Odiaba estar sirviendo a otras personas siendo que ellos deberían de estar sirviéndole a ella. Y ese olor tan... tan... agradable que impregnaba todo el salón; levantó la vista hacia Emma que se encontraba revolviendo la salsa dentro de una olla, a fuego lento, sin poder evitarlo su estómago gruñó.

—Mami tiene hambre —sonrió Frederick, a su lado, con los tenedores y las cucharas en las manos.

Angelina inmediatamente sintió sus mejillas calientes. El duendecillo la había escuchado. No quería verse hambrienta por algo que estuviera preparando Emma... como la odiaba.

—¡Shh! —le chitó, Angelina, colocándose el dedo índice en los labios y lo miró con los ojos bien abiertos —silencio ¡eh! Coloca los cubiertos, anda.

Frederick se limitó a reír con la reacción de su madre e hizo caso a su mandado.

Unos minutos más tarde la mesa estaba servida, Frederick y Angelina se sentaban juntos a un lado de la mesa, Robert y Emma en el otro extremo. Estaba esperando la llegada de Alex y Jenna. Angelina ya no podía soportar la tortura de estar frente a ese plato de Espaguetis con una exquisita salsa boloñesa, estaba completamente fuera de su dieta habitual, pero una vez romper con las reglas no le haría mal o ¿sí?

Escucharon el cerrojo de la puerta y Frederick saltó de su lugar para correr en dirección a la puerta y cuando esta se abrió gritó un sonoro: papi, mientras corría a sus brazos.

—¡Hola, campeón! —lo saludó con entusiasmo, mientras lo cargaba en sus brazos y lo abrazaba con fuerza.

Suspiró antes de caminar por el pequeño y estrecho pasillo que les dividía del resto del salón, con su hijo en brazos.

—¿Cómo te sientes? ¿eh?

—Bien, estoy muy contento porque mi mami vino a verme ¿se puede a quedar a vivir con nosotros? —dijo apartando la cara de su hombro y mirando a su papá con los ojitos brillando de la felicidad.

Jenna cerró la puerta y siguió a Alex por detrás, estaba muy nerviosa, no quería otra disputa con la mujer de él.

Al llegar al final del pasillo, Alex vio la mesa y a Angelina sentada, de espaldas a él. Sin poder evitarlo su corazón comenzó a latir un poco más rápido, estaba nervioso por lo que pudiese ocurrir esa noche.

LA ASISTENTE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora