Día dos: Un cortado

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Lali está acostada boca abajo en la cama y cuando suena el pitido ensordecedor del reloj parece no escucharlo porque ni se movió de su posición: abrazada a la almohada, pelos revueltos que se cruzan por su nariz, boca y ojos, cubrecama enrollado en las piernas y musculosa de breteles al aire libre. Peter se va levantando de a poco –porque si lo hace muy de golpe se va a marear– y con esos ojos verdes chinos y los pelos un poco desparramados la mira a ella. Todavía no puede creer que no se haya despertador con el escándalo que hace ese reloj. Tiene que cruzar un brazo por encima de su cuerpo para poder apagarlo. Lo único que hizo Lali en todo ese momento fue darse vuelta y taparse hasta el cuello con el cubrecama.

–Arriba, Lali –dice él con su voz rasposa de recién levantado mientras sale de la cama y camina descalzo hacia la salida.

Lali se mueve tanto que termina en el centro de la cama rodeada por las almohadas y el caos de sábanas y frazadas. Se le desprende una sonrisa porque está muy cómoda o porque está soñando algo lindo o las dos juntas al mismo tiempo. En todo ese interin, Peter se prepara un café, unta tostadas con mermelada, se ducha, se higieniza, se cambia de camino al living y desayuna mientras espía el noticiero matutino en el televisor. Pero cuando vuelve a la habitación para buscar su maletín, Lali todavía está durmiendo.

–Nos tenemos que ir, Mariana –y sube las cortinas de madera para que todo el sol le impacte de lleno en la cara. Lali achina los ojos y se cubre la cara con la almohada.

–No molestes.

Peter deja el elástico de la cortina para mirarla: ahora está acostada boca arriba, sus piernas están desnudas pero sabe que usa un short de colores, está abrazada a la almohada blanca que tiene sobre su cuerpo y tiene la misma cantidad de centímetros que ella. Ese metro y medio va a hacerle la vida imposible. Capaz más imposible de lo que ya es. Entonces sale de la habitación y vuelve después de muy pocos segundos con un vaso cargado de agua. Se acerca a ella, le arranca la almohada y le tira el agua en la cara.

–¡Qué haces! –no lo pregunta, lo grita. Se levanta tan de golpe y con los ojos tan abiertos que Peter se corre rápido hacia atrás por las dudas a que reaccione violetamente.

–Te despierto –deja el vaso en la mesa de luz y busca nuevamente su maletín.

–¡Y hacía falta que lo hagas así! –no lo pregunta, lo grita: parte dos.

–Te estoy llamando hace cuarenta minutos. Vas a llegar tarde.

–¿Y? –y se seca la cara con la sábana.

–Que soy tu supervisor, y ya te pedí que no vuelvas a llegar tarde.

–Y yo ya te aclaré que lo que diga tu jefe no me interesa. Empiecen a pagarnos el presentismo y vas a ver como nunca más llego tarde.

–¿Por qué siempre terminas pidiéndome dinero?

–Porque es lo que me corresponde por hacer algo que no me gusta –pero él no responde nada. Va saliendo de la habitación al mismo tiempo que ella sale de la cama– ¿Me preparaste el desayuno?

–¿Perdón? ¿Qué? –y arruga el entrecejo.

–Si me preparaste el desayu-¿por qué pones esa cara? –y lo mira de la misma manera.

–No sabía que en el combo de tener que vivir con vos, aparte de tener que levantarte como a una quinceañera también tengo que prepararte el desayuno.

–Vos vas a morir solo, ya te lo dije ¿no? –se cruza de brazos y lo mira seria. Peter esboza una sonrisa de costado y sale de la habitación.

TREINTA DÍASWhere stories live. Discover now