Día quince: Bienvenido sea

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−¡Eh, bienvenida! ¿Qué pasó? –Agustín baja del asiento de acompañante de un auto desconocido y cruza la calle en dirección hacia la entrada de la Editorial. Lali se acerca desde el lado opuesto con sus zapatos que tienen un poco de taco y una pollera que le marca las curvas– ¿Nos caímos de la cama? –ella tiene mucho sueño acumulado en su rostro pero igual se sube a sus puntas de pie para saludarlo con un beso.

−Me tiraron de la cama –corrige el verbo y él se ríe al mismo tiempo que abre la puerta de vidrio de la empresa y la deja pasar primero.

−¿Y puedo saber en qué circunstancias?

−Tironeándome de una pierna. Se ve que ya el agua no me causa ningún efecto... ¡Hola, Susi! –la saluda con una mano de camino al ascensor.

−Bienvenidos, amores –Susana es la mujer con la voz más angelical de la galaxia– acuérdense de fichar arriba que acá se anuló la máquina –Agustín le levanta el dedo gordo y Lali presiona trece veces el botón del ascensor.

−¿Y Peter no viene con vos?

−Tenía que ir a hacer un trámite al banco y me dejó en la esquina previo a discutir si le costaba mucho dejarme en la puerta –el ascensor llega a planta baja y ambos suben– ¿Vos de dónde venís? Ese auto no lo conozco.

−Es de una amiga.

−¿Amiga? –lo mira de reojo y presiona el botón número cinco.

−Sí. Ayer nos juntamos a cenar y me quedé a dormir en la casa.

−Sí, claro, amiga –y sonríe mostrando todos los dientes. Es el sarcasmo– doscientos pesos a que te acostaste con ella.

−Eh, ¿por qué tanto?

−Es la inflación –el ascensor vuelve a estacionar y cuando las puertas metálicas se abren, chocan con la presencia de la mayoría de los compañeros de trabajo– y con esa pregunta ya entendí que gané así que poniendo estaba el ganso –le extiende la palma de la mano al mismo tiempo que le da un beso a Marianella que venía de la cocina con una taza de café.

−Yo no accedí a ninguna apuesta... aparte acá el que hace apuestas soy yo, así que no intentes desterrarme. ¿Cómo andas, gil? –saluda a Gastón que ya está inmerso en su box con una manzana verde en mano.

−Descompuesto.

−Buenísimo –Agustín le palmea la espalda dos veces y continúa de camino a su box. Lali ríe y se inclina para saludar a su amigo con un abrazo.

−¿Qué te pasó?

−No sé si comí algo que me cayó mal o es que mi estómago me está pasando factura por algo. ¿De qué puesta hablaban?

−De una que le acabo de hacer a Agustín y perdió –Lali se va hasta el box trasero y deja su bolso colgado del respaldo de su silla giratoria. Agustín todavía está parado en el suyo acomodando las cosas que saca de la mochila y revolea los ojos.

−¿Y qué apostaste? –Gastón gira con su silla y un lápiz negro pasándoselo entre los dedos. Desde ahí saluda a Camilo con un movimiento de cabeza cuando lo vio cruzar hacia el fondo.

−Llegó en el auto de una mujer, él me dijo que era una amiga y que anoche cenaron juntos en su casa, entonces le aposté doscientos pesos a que se acostó con ella –y Gastón esboza una risa– todavía estoy esperando, eh.

−Si me acosté o no con ella es asunto mío, aparte yo no accedí a la apuesta así que no perdí nada –Agustín siempre da batalla– no quieras intentar devolverme la apuesta que te hice y todavía seguís cumpliendo porque sabes que siempre vas a salir perdiendo.

TREINTA DÍASWhere stories live. Discover now