Día dieciocho: Besos que no se piden

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Hasta las once de la mañana, todo estuvo calmo y sereno en la Editorial. Peter estaba en el interior de su oficina sentado detrás de su escritorio observando y escuchando detenidamente a un Victorio desencajado por haber tenido una discusión fuerte con Candela. Lo que más le llamaba la atención a Peter eran dos cosas: que hayan discutido porque Candela devolvió un regalo que le hizo su suegra, y que Victorio esté tan fuera de eje y mueva tanto las manos al expresarse por un tema que no tiene gollete. Después también están los diecisiete empleados que continúan sumergidos en sus box, aunque de vez en cuando se dispersan para hacer el día de trabajo un poco más ameno. Rocío es la cebadora oficial de todo el grupo y por eso tiene que levantarse para alcanzarle el mate a Marianella que está en la otra esquina y también come bizcochos de grasa que compró Justina en la panadería de a dos cuadras de su casa y continuaban tibios manteniendo el calor del horno. Gastón se toma un receso pequeño al acercarse al box de Rafael que juega a un juego –valga la redundancia– en su computadora y en el que se enfrenta online contra Thiago que está en otro sector y a las puteadas limpias porque tirotearon a su jugador y perdió una de las dos vidas que le quedaban. Y por su parte, Agustín y Lali peleaban mano a mano contra la máquina expendedora de golosinas porque tiene una habilidad en atorar todos los paquetes. Y dijimos que hasta las once de la mañana todo estuvo calmo y sereno porque cuando las agujas del reloj se acomodaron en el número once y doce, Eugenia entró a la Editorial arrastrando su valijita rosa cargada con todas las herramientas de trabajo que usa diariamente en su centro de estética. Eugenia saluda a Susana con una sonrisa apenas cruza por la mesa de entrada. Le cuenta que es amiga de Lali y seguido le pregunta en qué piso está ubicada porque tiene una cita. Susana le responde que en la cuarta planta la esperan y que Lali le habló de ella así que después va a pedirle un turno para ir personalmente al centro a hacerse unos retoques en el pelo y las uñas. Eugenia le sonríe posterior a decirle que la va a esperar con los brazos abiertos y después se dirige al ascensor que la traslada a su punto de encuentro. Cuando las puertas metálicas se abren en el cuarto piso, Eugenia choca con el cuerpo de Beatriz que la mira de pies a cabeza. Claro: rubia, de ojos redondos y verdes, cuerpo despampanante y un rostro que si no fue tallado a mano por los dioses Griegos, estuvo cerca. ¿Y por qué decimos que hasta las once hubo calma y serenidad? Por aquí empezó el caos.

–Permiso –Eugenia quiere salir del ascensor con su valija pero Beatriz todavía no se movió de su lugar. Es que está muy concentrada observándola y obstruyéndole el paso.

–¿Vos quién sos? –pregunta prepotente, y Eugenia levanta la cabeza para mirarla. Tuerce un poco la cabeza y sonríe cargada de ironía.

–Vos sos Beatriz, ¿no?

–¿Cómo sabes?

–Me hablaron de vos y ese look es imposible de no reconocer a la distancia. Tengo buenos asesores, después te paso un par de númer-

–¿Quién sos? –la interrumpe con ese tono cansino al que siempre le suma una revoleada de ojos.

–Eugenia, mucho gusto –le estrecha la mano pero Beatriz no se la da– bueno, ¿siempre sos así de amable o paras en algún momento? ¿Me vas a dejar pasar?

–¿A qué venís acá?

–Disculpame, ¿no? –cruza los brazos y achina un poco los ojos. Es que si querés malhumorar a Eugenia solo tenés que hacerle muchas preguntas– ¿Con qué moralidad me vas a prohibir pasar a un lugar al que fui invitada? ¿Sos cana? ¿Eh? Decime.

–Soy la secretaria del supervisor de ésta planta, no puedo dejar pasar a cualquiera. ¿Qué llevas en esa valija?

–Drogas –así, con toda la doble moral del mundo– ¡Herramientas de trabajo, Beatriz! –y grita porque ya se fue todo el carajo. Más de uno se dio vuelta para saber lo que estaba pasando. Lo malo era que ni Lali ni Rocío estaban en ese momento para socorrerla; lo bueno es que Peter salió de la oficina en el momento justo en el que a Eugenia está por reventarle la vena de la frente– ¿Me viste cara de terrorista?

TREINTA DÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora