Día veintiocho: Todos para uno

8.2K 297 122
                                    

El ruido que hace el pico del pájaro que se frenó en el ventanal que da a la habitación del yate, logra que Lali arrugue un poco la nariz y presione fuerte los ojos porque no quiere abrirlos. Gira sobre el colchón y al abrirlos se choca con el rostro de Peter que todavía duerme. Los ojos los tiene cerrados y se cree capaz de contarle la infinita cantidad de pestañas. Respira acompasadamente por la nariz y la boca se mantiene cerrada. Sigue con el pantalón de jean desabrochado y el repasador con hielo está en el interior de un recipiente en la mesa de luz porque ya se evaporó convirtiéndose en agua. Tampoco tiene puesta la chomba porque se la robó ella para usarla de pijama. Es que sus prendas favoritas para dormir son las que le quedan grandes y, aparentemente, las de él son las más cómodas. Se mueve un poco para girar hacia el otro lado y observar que la puerta del cuarto está cerrada y achina un poco los ojos porque está haciendo memoria. Es que ninguno de los dos cerró la puerta antes de dormirse. Pero cuando vuelve a girar hacia él, Peter tiene los ojos abiertos y Lali se sobresalta un poco ante la sorpresa, y por eso él esboza la primera sonrisa del día.

−Hola –le dice con la voz ronca y refregándose los ojos chinos.

−Hola –inaudible– ¿Pudiste dormir bien?

−Sí, bastante –y mete la mano por debajo del pantalón– creo que ya todo volvió a su lugar.

−No sabes lo que me alegra escuchar eso –dice toda sarcástica y él se ríe hermoso y matutino– esta cama es extremadamente cómoda, voy a venir a dormir más seguido.

−¿Esa chomba es mía? –es que se detuvo a mirarla.

−Sí, me la puse porque tenía un poco de frío.

−Te queda bien el negro.

−Lo sé –dice canchera y él se muerde el labio– me la puse después de que te quedaste dormido. Una gran falta de respeto hacia mí y lo que te estaba contando.

−¿De qué me estabas hablando?

−Una anécdota de cuando iba a la facultad.

−No habrá sido muy divertida, entonces –sentencia, y ella lo mira con una sonrisa de medio lado– ¿Escuchaste eso? –le pregunta después de oír un ruido extraño, como el de un par de copas chocando.

−Se habrá caído algo. Creo que dejé la heladera abierta... –dice pensativa y él la mira de reojo con un montón de seriedad. Pero cuando ella se voltea a mirarlo, sonríe– mentira... era un chiste –y se acerca a besarlo un rato– no te acostumbraste tanto como pensabas.

−Me falta tomar una clase de saber cuándo me decís la verdad y cuando me tomas para la joda –pero ella se ríe y funde los labios con los suyos. El cierra los ojos y con ayuda de sus brazos y piernas, la sube a su cuerpo.

−¿Ya no te duele más? –le pregunta cuando ubicó las piernas a cada lado de su cintura, quedando a horcajadas. Peter niega con la cabeza– ¿Aceptas un mañanero, entonces?

−Estaba esperando a que me lo preguntaras –le dice al mismo tiempo que le saca la chomba por la cabeza y ella se ríe enorme cuando se inclina hacia adelante para volver a besarlo. Pero en el preciso instante en que las manos de Peter danzaron por la piel de la espalda de Lali hasta llegar al broche del corpiño para desabrochárselo, Gastón ingresa por la puerta del baño.

−¡No lo hagan, no lo hagan, no lo hagan! –grita tapándose los ojos con una mano. Ambos se asustan y sobresaltan tanto que cuando Peter se levanta, Lali cae tumbada del otro lado del colchón.

−¡¿Qué haces acá?! –y casi que lo gritan los dos a coro. Lali ya se tapó el torso con una almohada que se cruzó por encima de la panza.

−¿Ya está? ¿Puedo mirar? –pregunta espiando por entre los dedos. Al verlos sentados en la cama se aparta la mano– necesito que me agradezcan porque llegué justo a tiempo.

TREINTA DÍASWhere stories live. Discover now