Día veinticinco: El amor y todas sus aristas

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−Lali, escuch- −Peter no toca la puerta del cuarto cuando baja el picaporte y entra.

−¡Qué haces! –y Lali grita porque hace un rato terminó de bañarse y sigue desnuda. Es rápida cuando se levanta de un salto de la cama, se cubre el cuerpo con un toallón y los recipientes de crema que estaba esparciéndose por la piel cayeron al suelo.

−Perdón –se ríe y no se va. Solo gira para darle la espalda– no sabía que te habías bañado.

−Me viste salir del baño, Peter.

−Bueno, no sabía que ibas a tardar más de cuarenta minutos en vestirte –y ella le hace burla con la boca aprovechando que no la ve, mientras se calza la bombacha.

−Sos el rey del pedir permiso y ahora se te da por no golpear.

−No me pareció incorrecto teniendo en cuenta que ya nos conocemos hasta los lunares –y ella le responde con un pote de crema que le golpea en la cabeza.

−Ese discurso de machito te lo voy a meter por donde no te da el sol. ¿Qué querés?

−¿Ya puedo darme vuelta?

−Me hablas con la boca y escucho con los oídos.

−Pero me resulta más cómodo no estar hablándole directamente a una puerta –Lali bufa y se calza rápido el remerón del pijama.

−Listo –él se da vuelta y ella se sienta en el borde de la cama para ponerse el pantalón– ¿Qué querés?

−Hay un torneo de natación que lo van a emitir en vivo en una hora y en el que compite un amigo del colegio y Victorio y Candela me acaban de avisar que van a venir a verlo acá. ¿Qué pasa? –le pregunta después de ver la nula reacción de ella.

−¿Entraste acá solo para decirme eso? ¿No podías esperar a que salga o enviarme un texto?

−¿Por qué te voy a enviar un texto si estamos en la misma casa?

−¿Por qué entraste a la habitación sin pedir permiso? –cruza los brazos y le habla en el mismo tono, a lo que Peter se muerde el labio y reprime un poco la sonrisa– está bien, que vengan. No me tenés que pedir permiso, ni que fuera tu madre.

−¿Nunca vas a responder como una persona normal?

−Definime normal –se lo dice al levantarse y rozar el costado del cuerpo con el suyo para salir del cuarto. Él pudo sentir hasta el aroma a manzana verde que usó para lavarse la cabeza– ¿Por qué van a venir a ésta hora? Son más de las doce de la noche y tenemos que levantarnos temprano –le pregunta cuando ya está en la cocina cargando la pava eléctrica con agua.

−Por la diferencia horaria, el torneo es en Australia –él la sigue y se apoya contra la mesada– me había olvidado que hoy jugaba y Victorio me avisó hace un rato. Si era por mí ya hubiese estado en la cama.

−Me imagino, siempre cargado de tanta adrenalina... –lo bromea pero él se ríe. Porque aprendió a reírse de sí mismo y de todas esas acusaciones que sabe que son reales.

−¿Te vas a cambiar? –se lo pregunta bien, tranquilo, mientras abre la heladera y busca su botella de agua de todos los días que le limpia todo el sistema.

−¿Por qué tendría que hacerlo? –Lali coloca la pava en la base para después presionar el botón y que empiece a calentar.

−No sé, como va a venir gente...

−Son Victorio y Candela.

−¿Acaso no son gente?

−No, son amigos. ¿Qué me estás planteando, Peter? –gira noventa grados para mirarlo y cruzar los brazos. El jueves lo comenzó con prepotencia.

TREINTA DÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora