Día diez: La familia

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–Necesito usar el espejo. ¿Te falta mucho? –Peter conduce su auto a una velocidad normal achinando un poco los ojos al observar por el espejo de la puerta.

–Lo hubieses pensado antes –la voz de Lali se escucha desde un más allá.

–No podés seguir llegando tarde al trabajo –y no terminó de pronunciar la última palabra que ella aparece en el asiento trasero con el remerón que uso para dormir la noche anterior y doblando el elástico de su calza azul eléctrico.

–No hacía falta que me lleves a upa hasta el auto –pero él esboza una risa. Es que ya era la hora de irse y ella seguía durmiendo, entonces tuvo que sacarle el cubrecama y cargarla en un hombro hasta meterla en el auto cuál bolsa de cotillón.

–Lo que hace falta es que aprendas de una vez el horario en el que entramos todos. ¿Hace cuánto trabajas con nosotros?

–¿Qué te importa? –dice molesta y despeinada. Peter gira el volante al doblar en una esquina y ella se cae para un costado. Cuando vuelve a reincorporarse con mitad del pelo cubriéndole la cara, le da varios puñetazos en un brazo.

–Si chocamos va a ser tu culpa.

–Deja de hacerte el gracioso porque te voy a arrancar esos lunares uno por uno con una tenaza –pero él sólo sonríe– no mires que tengo que ponerme la camisa.

–No voy a ver nada que ya no haya visto antes –y ella chasquea la lengua.

–¿Querés que te faje? Mira que no tengo ningún problema en bajarme del auto y cagarte a trompadas, eh.

–Dale, cambiate que ya estamos por llegar. No voy a mirar.

Entonces Lali le da espalda y antes de sacarse el remerón se da vuelta para confirmar que no esté mirando. Peter está muy concentrado en la autopista o es lo que aparenta. Ella suspira y entonces se lo saca por encima de la cabeza. Quiere ponerse rápido la camisa a cuadrillé pero tarda porque no está desabotonada. Y en ese interin los ojos de Peter se desvían un poco hacia el espejo retrovisor que ella le obligó a no usar en casi todo el trayecto porque tenía que desnudarse para poder cambiarse. Solo ve su corpiño negro y las primeras dos letras de un tatuaje dibujado en las costillas que no alcanza a leer. La cintura se le marca con dos curvas que más de uno habrá acariciado por debajo de las sábanas o en la que algún otro habrá descansado su cabeza –o capaz que todo eso lo quiere hacer él, qué se yo–. El pelo se le desliza por los hombros y deja de mirar cuando empieza a encajar los brazos en los agujeros de la camisa. Cuando ella vuelve a darse vuelta, está abrochándose los últimos botones y lo mira de reojo.

–Listo –le avisa cordial– te dije que no miraras.

–No miré.

–Peter, por favor –y con esas dos últimas palabras resume todo el speech que se ahorra en decir. Ese "por favor" también significa "sos hombre y vas a hacerlo igual aunque te lo pida porque no pensás precisamente con la cabeza de arriba".

Ambos descienden del auto a treinta metros de la puerta de la Editorial y mientras él corrobora no olvidarse nada en el interior, ella le recrimina que si tiene un doctorado en elegir ropa que no combina. Él prefiere no responderle aunque sabe que ella es capaz de estar lo que reste del día recriminándole el por qué la camisa no combina con su calza de color. Pero apenas Peter empuja la puerta de vidrio para entrar al trabajo y dejarle el primer lugar a ella –porque es todo un Don Juan, a pesar de haberla espiado un poquito mientras se cambiaba– les llama la atención el ruido particular de la motoneta que se acerca por el medio de la calle y que conduce Rocío con un casco que le queda un tanto ridículo.

TREINTA DÍASTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon