Día ocho: Un lugar en el mundo

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Es una de las primeras veces de lo que van éstos tres años de trabajo que Lali llega temprano a la Editorial. Bah, temprano: cinco minutos antes para fichar a tiempo. Igual esos cinco minutos los perdió cuando vio a Rocío doblar en la esquina y se quedó a esperarla. Ya todos estaban acomodados en su box, algunos encendiendo las computadoras, otros avanzando en sus trabajos y los últimos haciendo fila en la máquina de chocolate caliente, cuando Peter llegó arrastrando los pies y su maletín. Tiene el rostro cansado y lastimado; es que todavía no se recuperó de la trompada que ligó ayer a la noche y por eso se quedó un rato más en la cama.

–¿Todo bien, Peter? –le pregunta Agustín desde su box, meciéndose en su silla giratoria. Peter lo mira mientras abre la puerta de su oficina. No le responde ni con gestos, sólo se pierde tras la puerta al cerrarla y hacerla un poco giratoria.

–No tuvo una buena noche –cuenta Lali sentada en su lugar correspondiente y escribiendo en su computador.

–Eso ya lo sabemos –Gastón se asoma por el box delantero y cruza los brazos por encima de la pared divisoria– ¿Pasó algo más?

–Digamos que no fue el único golpe que recibió –y arruga un poco la nariz. Rocío toma mate en el box lateral y los mira con la bombilla entre los labios.

–¿Qué hiciste?

–Es que... –primero mira para todos lados. Los llama a los tres con una mano y arman una pequeña ronda– vieron que dormimos en la misma cama... –susurra y los tres asienten– no soy buena para quedarme quieta.

–Le pegaste –afirma Agustín y regresa a su lugar.

–¿Se acuerdan el golpe que le di al flaco en el bar? –asienten– el mismo –Rocío se tapa la boca para esconder la risa y Gastón se lleva una mano a su entrepierna– no me di cuenta porque estaba dormida... cuando no estoy cómoda o tengo mal sueño me empiezo a mover y me olvidé que estaba compartiendo la cama. Y él se olvidó de toda su bondad y me puteó hasta en hebreo. No sabía que se le daba tan bien lo Israelí.

–Cualquiera lo hubiese hecho, amiga.

–¡Ey! –Beatriz grita de repente en el momento en que Rocío termina de decir su línea y le pasa un mate a Lali. Ambas se asustan (toda la planta, en realidad) y Lali se mancha el pantalón con yerba húmeda y caliente– ¡Terminen la reunión de consorcio!

–¡No hacía falta que grites! –ella le responde de la misma manera, de una punta a la otra. Beatriz sigue su recorrido e ingresa a la oficina del supervisor– que vieja vinagreta, no te la puedo cre-¡el pantalón que acabo de estrenar! –se levanta y hace una exhibición de su jean gris topo con una aureola gigante de agua.

–¿No tenés otro?

–Sí, Gastón. Porque todas las mujeres llevamos otro pantalón en la cartera por si nos volcamos mate –habla atropellada, achina los ojos y lo hace reír. Él levanta las manos en son de disculpas y vuelve a concentrarse en su trabajo.

–Es todo lo que te puedo ofrecer –Rocío le extiende un pañuelo.

–Gracias –y se empieza a limpiar– ¿Al final ya decidiste lo que vas a hacer con el departamento?

–Sí, estaba esperando a que saques el tema –le sonríe amiga– hoy llamé al número que me diste y hablé con el encargado. Me dijo que no había problema porque le favorecía que alguien continúe alquilándolo, así que hoy cuando salgo ya voy a ir directo.

–Qué bueno –fricciona fuerte el pañuelo contra el pantalón– la mayoría de las cosas me las llevé pero las esenciales están así que no te preocupes por nada. Cualquier cosa que quieras o consejo que necesites escuchar sobre los vecinos, avisame. No te juntes mucho con el del primero ce porque le fallan unos tornillos y la del cuarto be se acuesta con toda corneta que encuentre –le devuelve el pañuelo.

TREINTA DÍASWhere stories live. Discover now