Día seis: Nada de sushi

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Del otro lado de la puerta de la casa de Peter, un hombre toca timbre con un conjunto de trajes cubiertos por un nylon. Él abre después de quince segundos infinitos con su bermuda gastada, su remera blanca y vieja, y sus pelos un tanto despeinados. Recibe los trajes, le agradece con palabras y una sonrisa efímera, y vuelve a ingresar a su casa.

–Viejo, qué amargo tomás el café –Victorio sale de la cocina con dos tazas de café en mano. Arrastra sus pies hasta la mesa del living.

–Nadie te pidió que lo pruebes –Peter deja los trajes en el sillón y se sienta en la punta de la mesa.

–¿Me trajeron el talle que pedí, no?

–Supongo. Trata de no quedar en ridículo como el año pasado –Victorio asiente y toma un sorbo de su café con dos de azúcar– ¿No se comunicaron con vos los organizadores?

–No, te tienen que llamar a vos.

–No lo hicieron.

–¿Y cuál es el problema? Mejor, así no te rompen las pelotas con boludeces. Aparte eso también significa que Lali no cambió nada de lo que vos ya habías armado.

–No estoy tan seguro de eso –y arruga un poco la nariz.

–¿Por qué?

–Tengo el presentimiento de que hoy la vamos a pasar mal.

–Disculpame, pero donde hay fiesta yo nunca la paso mal –y Peter revolea los ojos. Victorio es fanático de las reuniones de la empresa porque siempre hay qué tomar y qué beber– va a estar todo bien, Pitt. ¿Qué puede salir mal?

–¿Querés que empiece a enumerar?

–Hablemos de otra cosa, tenemos tiempo para preocuparnos por la fiesta –le da una palmada en el brazo y Peter asiente antes de tomar otro sorbo de su café amargo– me contó Agustín que fue a verte Sabrina.

–¿Teníamos que cambiar a ese tema? –y Victorio esboza una risa– vino, hablamos un rato y se fue. En breves palabras me dijo que vaya a buscarla cuando quiera porque ahora está sola.

–Me estás cargando –y Peter niega– nadie tiene que opinar sobre el amor de los demás porque no todos lo viven de la misma manera, pero que la mina vuelva después de un año a decirte eso es una patada en el hígado.

–Lo que más bronca me da es que si venía hace cinco meses, le hubiese dicho que sí. Hoy no quiero saber nada con ella ni con nadie... quedé hecho mierda.

–Sí, bueno, pero tampoco podes apostar a que no te vuelva a pasar.

–No estoy buscando enamorarme –abraza su taza de porcelana con las palmas de la mano. Todo el calor del café se le impregna en los poros.

–Es que no hace falta que lo busques porque va a llegar cuando se le dé la gana –y Victorio le sonríe amigo y compañero. Con él siempre tiene las mejores conversaciones– deja que las cosas fluyan, amigo. Todo se acomoda a su tiempo.

–Supongo –inaudible– hablando de amor, ¿a Cande dónde la dejaste?

–Se fue a preparar para hoy –responde después de tomar un sorbo largo– ah, también me dijo Agustín que te devolvió la última carta que escribiste. ¿La tenés? –y Peter lo mira de reojo con el borde de la taza entre sus labios– okey, no pregunté nada.

La cabeza de Lali está introducida en un secador de pelo de esos vintage y antiguos que siempre vemos en las películas de los setenta u ochenta y que las directoras de arte siempre eligen para sus videoclips. De su lado izquierdo está Rocío y a su derecha Candela con los brazos extendidos porque Eugenia le está pintando las uñas. Es que el centro de estética que preside Eugenia tiene de popular lo que tiene de retro.

TREINTA DÍASWhere stories live. Discover now