Día veinticuatro: Teléfono descompuesto

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–¡Ahí voy! –Lali extiende todas las vocales cuando alguien del otro lado de la puerta de la casa se quedó colgado presionando el timbre. Ella camina descalza, enfundada en un remerón que le llega arriba de las rodillas y secándose las puntas del pelo mojado. Bufa un montón de veces porque no encuentra las llaves y el timbre le está quemando los tímpanos. Cuando logra abrir la puerta del otro lado está Eugenia todavía con el dedo incrustado en el timbre, el pelo suelto y una vincha de lunares en la cabeza– ¿Te vas a quedar mucho tiempo más con el dedito así?

–Hace quince minutos te estoy esperando –pero todavía no se apartó del timbre.

–Con un solo timbre es suficiente. ¡Ya está, Eugenia! –le baja el brazo de un tirón y la hace entrar– y no seas exagerada que no pasaron más de cinco minutos.

–Siete minutos exactamente –le muestra el reloj pulsera al mismo tiempo que se descuelga el morral– ¿Dónde estabas metida? Te mandé un montón de mensajes y no me respondiste ni uno.

–Ni siquiera los vi. Estaba... ocupada. ¿Café? –y le cambia de tema estratégicamente, arrastrando los pies hacia el interior de la cocina.

–Bien negro, por favor. ¿Qué estabas haciendo?

–Nada, me estaba terminando de bañar. En un rato me tengo que ir a trabajar –conecta la cafetera y baja dos tazas de la alacena. Eugenia se sube a la mesada con toda la confianza del mundo– ¿Vos a qué viniste tan temprano?

–Te pedí que me acompañes a una reunión en la facultad.

–¿Cuándo me pedist-¡Cierto! –y abre mucho los ojos– me había olvidado.

–Te lo dije ayer a la noche, ni siquiera pasaron veinticuatro horas como para que te lo olvides. ¿Estás bien vos? –y achina los ojos para analizarla.

–Sí, ¿por qué tengo que estar mal? –saca la jarra de la cafetera y vuelca en las tazas– estoy ocupada, tengo la cabeza en un montón de cosas del trabajo. Pero no te preocupes que te voy a acompañar, solo tengo que pedir permiso.

–Buenos días –Peter aparece vestido para ir a la oficina y el pelo también mojado– ah, eras vos la del timbre insoportable –y la saluda con un beso en el cachete.

–Claramente –pero le responde con la mirada fija en el pelo.

–Ya lo había sospechado –dice sonriente y le toca un hombro a Lali cuando pasa por detrás de ella en dirección a la heladera. Saca una botella de agua y al mismo tiempo que toma del pico, mira a Lali de reojo y le sonríe.

–¡Se acostaron! –y Eugenia ata cabos rápidamente, con agilidad y astucia. Los señala con los ojos bien abiertos y ellos la miran.

–¿Hace falta que lo grites?

–Con razón no viste los mensajes y tardaste tanto en abrirme. ¡Estaban teniendo sexo en la ducha! –pero Lali revolea los ojos y Peter esboza una risa– ¿No pensabas decirme nada? ¿Cuándo fue? ¿Cuándo empezaron?

–No tengo por qué cont-

–Ojo vos con mi amiga, eh –la interrumpe y apunta a Peter con su dedo acusador– tuvo que pasar por un montón de cosas horribles. Me entero que la lastimaste o le hiciste derramar una lágrima y te vengo a buscar para extirparte las pelotas.

–Como mejor amiga es una muy buena guardaespaldas –le dice a él, que solo sonríe– no hace falta tanto escándalo, Euge. Ya está.

–Y no te preocupes que no tengo intenciones de hacerle nada a tu amiga –agrega Peter cruzando por delante de ambas direccionándose hacia la salida.

TREINTA DÍASWhere stories live. Discover now