Día cuatro: Humedad

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Son las doce y media del mediodía en la empresa (y en todo el país y en medio continente también) y Peter corta la llamada que atendió por su celular. Mira un punto fijo cualquiera y exhala un montón de aire después de meditar lo que su cabeza intenta hilvanar luego de pensar lo que ya pensó. Se levanta de su escritorio y camina con sus zapatos negros hasta la puerta de la oficina y la abre. Achina un poco los ojos porque mucho sol le impregnó de golpe en las pupilas. Es que todo el piso está vidriado con vista hacia la calle, menos su pequeño sector de trabajo. Desde ese punto toma una perspectiva de los diferentes boxs y los tantos trabajadores que ocupan cada uno. Conoce a todos los empleados de su planta con nombre, apellido y hobby. Con algunos compartió almuerzos en el buffet o desayunos parados al lado de la máquina de chocolate caliente. Con otros, conversaciones en el ascensor o en el interior de su oficina después de pedirle un favor laboral. Con el porcentaje mínimo, es amigo. Agustín está leyendo un diario sentado en su silla giratoria y da vueltas en el mismo eje concentrado en esas palabras que debe transcribir. Gastón se levanta y cruza al box de Rocío que lo llamó con una mano y la bombilla del mate entre los labios. Ella le hace una pregunta respecto a su trabajo y él le pide que le cebe un mate. Beatriz pasa por entre medio de los boxs abrazada a sus carpetas infinitas y observando por encima de sus anteojos, cual dictador, que todos estén haciendo lo que les mandan. Peter esboza una sonrisa de costado cuando Camilo le hace burla después de verla pasar y también como Lali la atropella al salir del ascensor con una bandeja cargada de ensalada con miles de verduras que sin querer aceitaron la camisa de Beatriz.

–¡Vos sos o te haces, Espósito! –le grita. Tendría que ser una pregunta pero a Beatriz siempre le gusta afirmar que los demás son todos unos idiotas.

–La que venía mirando para otro lado fuiste vos, pido gancho –pero Beatriz sólo achina los ojos observándola con todo el rencor que puede acumular su cuerpo adulto y se mete en el ascensor mientras se pasa un pañuelo por la mancha de aceite– sos o te haces me dice –susurra– caradura, me hizo volar la poca zanahoria que me quedaba...

–Mariana, ¿venís un segundo? –Peter la llama desde su lugar antes de que se esconda en su box. Lali camina hasta él revolviendo la ensalada y concentrada en las verduras.

–¿Qué hice?

–Supongo que ésta vez nada. ¿Rompiste algo más hoy a la mañana antes de venir acá?

–No que yo recuerde, al men-¡Se me cayó el huevo! –grita de repente hurgando con el tenedor plástico en su ensalada. Peter se sobresalta ante el alarido y se sostiene el pecho dos segundos– ésta Beatriz inútil que no mira para adelante cuando camina –y también busca por el suelo.

–Lali, necesito que focalices en mí –la sostiene de los hombros para ponerla de frente– quiero que me hagas un favor –y ella sube las cejas ante la sorpresa.

–¿Un favor?

–Sí.

–¿Vos me vas a pedir un favor a mí? –él asiente con la cabeza– estás seguro que no hice nada malo, ¿no? ¿Es una venganza por lo de los perfumes? Te juro que los voy a recomponer, te voy a comprar uno por uno pero dame un tiempo... o dame varios adelantos de sueldo o aguinaldos porque son bastantes carelis, viste.

–No me recuerdes lo de los perfumes porque casi lo tenía olvidado. Es otra cosa.

–¿Qué cosa?

–Hoy hay una reunión...

–¿Qué reunión? –lo interrumpe antes que pueda continuar la oración.

–El sábado tenemos la fiesta de la Editorial y van a venir los organizadores y asesores.

–¿Qué asesores?

TREINTA DÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora