Día tres: Sin alas

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Cuando Lali se fue a vivir sola a su viejo departamento de soltera –aunque en realidad continúa su soltería sólo que convive con un sujeto que no es su pareja: es su jefe– lo primero que se compró fue un sillón fucsia con almohadones con dibujos de mandalas. Lo segundo que se compró fue una pava eléctrica colorada junto a una matera para los domingos que salía con sus amigas y armaban un picnic en la plaza. Lo tercero que se compró fue un globo terráqueo muy vintage en el que marcaba con alfileres de colores los lugares que visitó. Y el auto-regalo número cuatro fue un cuadro de Frida Kalho en el que estaba su rostro y arriba escribía "Pies para que los quiero si tengo alas para volar" en letra cursiva y pintada de amarillo. Las dos primeras cosas tuvo que dejarlas en su antiguo departamento; la tercera ya estaba decorando la mesa de luz que le corresponde en el dormitorio grande; el cuarto estaba intentándolo colgar en una de las paredes del living de paredes blancas. Tiene un martillo en una mano y una bolsa con clavitos en la otra. Usa un short blanco y una musculosa colorada sin corpiño. El pelo lo tiene húmedo y atado en un rodete totalmente desprolijo porque hace poco se levantó, y mira detenidamente la pared de la que sacó un cuadro de Quinquela Martín para suplantarlo por el suyo que es mucho más bello –según su propio criterio–. Se sube al sillón y hunde los pies descalzos en los almohadones verdes. Saca el clavo en el que estaba colgado Quinquela y pasa un dedo por el agujero de poco diámetro para limpiar los trocitos de pared que se desprendieron. Saca un clavo de la bolsita y ésta se la lleva a la boca para sostenerla con los labios. Coloca el clavo en el agujero, hace un movimiento algo extraño con el martillo pasándoselo entre los dedos hasta que lo acomoda para empezar su trabajo. Calcula. Mide. Y cuando va a dar el primer golpe...

–¡Mariana! –la voz de Peter le atraviesa los tímpanos y se sobresalta al punto de martillarse uno de los dedos que sostiene el clavo nuevo.

–¡Ay! –abre la boca y se cae la bolsita con clavos. Se chupa un dedo y dice miles de cosas incongruentes que no llegan a comprenderse.

–¿Qué haces ahí? –Peter llega a ella y la mira vestido con sus jeans y su chomba negra que le resalta bastante los ojos.

–¡¿Qué querés?! –le grita. Él se sorprende un poco y ella vuelve a chuparse el dedo.

–¿Vos viste cómo me dejaste el baño?

–¿Qué baño?

Él con mucha estrategia la tironea de un brazo y la lleva hasta el final del pasillo. El baño tiene el tamaño normal de un baño cualquiera en el que vive un hombre común, corriente, soltero y ordenado. Pero todo ese órden puede esfumarse de un día para el otro si empezas a convivir con Lali. El piso húmedo y sin secar. Una toalla amarilla extendida entre las boldosas empapadas. En el bidet hay un rollo de papel –sin papel– y en el lavabo un par de pelos largos y castaños junto a un peine.

–Sos demasiado exagerado –le dice, después de ver todo el circo en el que se había convertido ese toilette hermosamente prolijo con cada elemento en su respectivo lugar.

–Lo vas a limpiar.

–Termino de colgar el cuadro y lo limpio.

–Lo limpias ahora –no le suelta el brazo y la mira desafiante. Ella bufa, se zafa e ingresa al baño– ¿Por qué sos tan desordenada? ¿Y por qué sacaste mi cuadro del living?

–Una pregunta a la vez, señora –dice irónica mientras junta todos sus pelos del lavabo. Peter sólo revolea los ojos– quiero que haya un poco de vida en éste lugar que es un opio.

–¿Opio?

–Aburrido. ¿Todo te voy a tener que explicar? –lo mira mientras descuelga una bombacha que colgó en la canilla caliente de la ducha.

TREINTA DÍASHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin