Día trece: Fuego

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Sábado. 08:30 AM. Peter sale de la cocina con una taza de té en la mano. Tiene un jean gastado y una musculosa blanca ajustada al cuerpo. Mientras que con una mano se lleva la taza a la boca, con la otra sostiene el diario en el que lee las últimas noticias matutinas. Cruza todo el living y arrastra los pies descalzos por el pasillo hasta doblar en la habitación. Entonces se le desvía un poco la vista y descubre que la cama de dos plazas todavía está ocupada por el metro y medio de Lali. Mitad del cuerpo lo tiene inclinado del lado derecho del colchón, mientras que la otra mitad está cruzada del lado izquierdo. La cabeza está hundida debajo de la almohada y las piernas las tiene dobladas y mezcladas entre el cubrecama y las sábanas. Peter esboza una sonrisa y se sienta en el lateral de los pies para calzarse las zapatillas. Ayer por la tarde pasearon en el yate y regresaron a casa a la noche, se sentaron en la mesada de la cocina y picaron algo de lo que encontraron en la heladera, después Peter se acostó en el sillón y se colgó mirando una película hasta quedar dormido. Lali no lo despertó, no porque fuese generosa en no querer molestarlo, sino porque tenía la cama de dos plazas toda para ella.

–Lali, arriba –dice, todavía con su voz ronca. Ella no responde y él se voltea a mirarla. Le zamarrea una pierna y ella la corre rápido– nos tenemos que ir, dale.

–Mmo mmjmdas –es lo único que logró decir y que traducido al castellano significa: "no jodas".

Peter se saca la musculosa, descuelga la chomba negra del respaldo de la silla de mimbre y se la pone primero por los brazos y después por la cabeza. Y cuando su cabeza renace por el cuello, Lali gira sobre su propio eje en el colchón quedando panza arriba, haciendo ruido con la boca y manteniendo los ojos cerrados. Peter mira su reloj pulsera por enésima vez y exhala un montón de aire. Es que hoy tiene una reunión importante en el trabajo, algunos de la planta tienen que ir a recuperar o adelantar proyectos laborales y él debe llegar puntual. Entonces va al baño y abre la canilla de la bañera. La llena con agua tibia, casi caliente, y regresa al cuarto para levantar en brazos a Lali. Al principio ella mucho no se mosquea, pero cuando siente que la cabeza se le está cayendo por algún precipicio desconocido, entreabre los ojos y distingue la barba de cinco días, el pelo corto con un par de rulos que se escapan de la parte inferior, los lunares de siempre y el cuello prolijamente doblado de la chomba. No entiende mucho por qué está siendo sostenida por sus brazos ni por qué está pegada a su cuerpo, pero toda esa comprensión llega cuando cae en el interior de la bañera. Los ojos se le abren cual platos ante la diferencia de temperatura y saca un alarido del centro de su garganta cuando vuelve a la superficie.

–¡Qué haces! –se sostiene de los costados del mármol de la bañera y el remerón que usa como pijama se le pega al cuerpo casi al punto de traslucirle la piel.

–Nos tenemos que ir en media hora –sintético.

–¡Vos me estás cargando, Peter! –no hace preguntas, sólo grita. Él se mantiene recto, parado a un costado del inodoro.

–Es la única manera que conozco en la que te despertás rápido –recordemos el vaso de agua (bueno, y también cuando la levantó y la tiró al auto como bolsa de papas).

–Yo también conozco una manera muy divertida de bajarte todos los dientes, ¿querés probar? –pero él sólo se ríe y ella se los quiere bajar en serio– es sábado, ¿por qué tenemos que ir a trabajar?

–Yo tengo una reunión y vos tenés que terminar una edición de un libro. Te lo dije anoche.

–No recuerdo.

–Eso pasa cuando te tomas todo el Gin Tonic que encontrás en las casas ajenas –ella lo mira y chasquea la lengua. Él tiene ganas de pelear y ella es la número uno en dar batalla.

TREINTA DÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora