Día catorce: Calamares

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Cuando Eugenia sale de su casa lo hace con una canasta de mimbre enganchada en un brazo, una mochila pequeña colgada en la espalda y cuatro revistas de moda que robó del revistero de su centro de estética, enrolladas en la otra mano. Saluda a su madre con un grito de "vuelvo a cenar" y cierra la puerta de rejas del jardín delantero con dos vueltas de llave. Podría haber tomado el colectivo, pero camina alrededor de quince cuadras para llegar a la plaza central del barrio en la que Lali está esperándola hace menos de cinco minutos porque su amistad también se basa en la conexión para llegar al mismo tiempo a los lugares en los que se citan para pasar el día.

−Yo todavía no puedo creer que hayas accedido a cortarme porque te lo pidió –Eugenia todavía sigue traumada y dolida por el acontecimiento de ayer a la noche.

−No lo miré con mi mejor cara –Lali termina de estirar la manta en la que ambas están sentadas en el pasto mientras va sacando las cosas del interior de la canasta.

−Pero me cortaste igual.

−No sabía si tenía que decirle algo o no. Era nuestra primera cita y no sé hasta qué punto debía interrumpir su magnífica charla con un llamado. ¿Por qué trajiste aceitunas? –y mira el frasco de vidrio que sacó luego de tantear en la canasta.

−Estaba antojada. Y todavía no puedo creer que no le hayas recriminado nada, soy tu amiga y tengo que estar primera en la lista de prioridades –y levanta un dedo.

−Tampoco era muy importante llamarme para invitarme hoy al parque, con un mensaje alcanzaba. ¿No estarás embarazada? –hace fuerza para girar la tapa del frasco de aceitunas, saca una y se la mete en la boca.

−Hace tanto que no tengo una alegría que capaz me meto a monja. ¿Y por qué no empezaste con uno de tus discursos de esos que dicen que nadie va a decirte a vos lo que tenés que hacer? Estás perdiendo la magia, amiga –Eugenia ceba mates y Lali achina los ojos mientras come aceitunas porque el sol le da en la cara.

−El lugar era demasiado paqueto como para hacerme la Eva Perón. Y no le digas alegría al sexo que no siempre están relacionados. ¿Qué pasó con Nico? ¿Lo volviste a ver? –y Euge niega con la cabeza y la bombilla del mate entre los labios.

−Pasa que no pasa nada y a esta altura ya no sé si me perturba o me alivia. Y haciendo a un lado que no me atendiste, ¿cómo estuvo el resto de la cita?

−Creo que la pasé mejor en el velatorio de mi tía abuela –y Eugenia casi escupe el agua del mate por reírse– al menos nadie me obligó a comer algo que no quería. ¿Pero en serio vas a tirar a la basura toda tu relación con Nicolás por algo tan estúpido?

−No era estúpido, me estaba engañando. ¿Y todo lo que hiciste fue esperar a que se vaya al baño para escaparte? –Eugenia y Lali tienen la magnífica habilidad de hablar de dos temas totalmente diferentes al mismo tiempo.

−No estaba en mis planes escaparme, pero no iba a soportarlo mucho más –se sirve jugo de naranja en un vaso plástico– y hablar con tus compañeras de trabajo no equivale a engaño.

−Se mandaban mensajes subliminales que podías interpretarlos de un montón de formas. Ahora, yo digo ¿no? Anoche tuviste la oportunidad de tener una alegría y la desperdiciaste porque no soportaste que pida la comida sin preguntarte. Dios sí que le da sexo a quién no tiene ganas, eh.

−Tampoco tenía intenciones de hacerlo con él... y de todas las formas que existen para interpretar un mensaje vos elegiste la peor –sentencia y Eugenia sube un hombro– me parece que ya es momento de empezar a madurar un poco, ¿no crees?

−Yo soy una persona muy madura pero hay cosas que no caben en mi cerebro, eso fue un engaño y vos te perdiste la oportunidad de pasar un buen momento con un flaco.

TREINTA DÍASWhere stories live. Discover now