Día doce: El acting

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–¡No me sigas, no me hables, no quiero que me dirijas la palabra! –Peter entra como un trompo a su oficina. En su cara y sus pasos largos y firmes al caminar se puede ver todo el enojo que está consumiéndose en su cuerpo. Tan desplomado cae sobre la silla que hasta la corre de su lugar. Lali se mantiene derecha y de brazos cruzados mirándolo cerca de la puerta.

–¿Te podes calmar? No es para tanto. Te vas a arrugar muy rápido, desde acá ya te estoy viendo las patas de gallo.

–¿Vos querés que te despida, no? –él está enojado en serio y capaz ella no le está dando la importancia que se merece.

–Peter, por favor –y saca a lucir una sonrisa sarcástica– no sos capaz.

–¿Querés que haga la prueba? Porque estoy a cinco minutos de llamar a Recursos Humanos para que mañana te llegue la carta documento –y recién ahí, en medio de toda esa seriedad y enojo real, Lali cambia la cara. Es que se dio cuenta que está hablando de verdad– salí de acá, Mariana.

–¿No podemos hablarlo seriam-?

–No tengo ganas de hablar con nadie y menos con vos. Te vas –sus ojos verdes le fulminan las pupilas. Lali vuelve a abrir la boca para decir algo pero se rehúsa al segundo y sale.

Antes de seguir contando ésta historia vamos a detenernos para saber por qué llegamos a estar discusión si hasta hace un par de horas todo estaba perfectamente. Volvamos sobre nuestros pasos y rebobinemos hacia la primera hora del día laboral.

Lali llegó última –como siempre– con los ojos chinos del sueño, un café bien negro que le compró al vendedor de la calle y anteojos de sol que le cubrían las ojeras. Apenas cruzó el ascensor saludó generalmente a todos y se le escapó una sonrisa al descubrir que sus quince compañeros de edición contaban con la misma poca cantidad de energía y varios llevaban en sus mejillas las líneas de la almohada que no pudieron despegarse de la cara. Es que el cumpleaños de Rocío terminó alrededor de las cuatro de la madrugada y ninguno superó las cinco horas de sueño. Cuando Lali arrastra sus zapatillas topper por el pasillo derecho, Gastón se acerca a su metro y medio con una taza de té y una sonrisa mañanera que le deja un beso en su mejilla. Lali deja el bolso y el café en su lugar mientras espía el box trasero en donde Agustín está dormitando con la boca un poco abierta y un hilo de baba cayéndole por un costado. Tiene que golpearlo en la espalda para despertarlo, saludarlo y pedirle que se limpie. El box de Rocío está vacío porque fue la única que tuvo el permiso de ausentarse. Es que ayer, antes de que Peter se fuera, le pidió a la cumpleañera que no vaya a trabajar y que aproveche a descansar. Ella se lo agradeció de mil maneras y más de uno exigió igualdad de condiciones para los próximos cumpleaños.

–¡Buenos días! –Candela grita cuando saluda alrededor de las once de la mañana. Tiene la cara lavada y dos rodetitos muy dulces en su cabeza que la hacen más teenager.

–No grites mucho que no es horario –le pide Gastón al mismo tiempo que se levanta para saludarla e irse hasta la máquina expendedora de golosinas.

–¿Qué te trae por acá? –Lali deja de usar la computadora y la ahoga en un abrazo que incluye caricias en la espalda.

–Me escapé un ratito del trabajo y vine a buscar a Vico para almorzar. ¿Ustedes todo bien? ¿Rochi no vino? –porque miró hacia su box vacío.

–No, nuestro boss le dejó el día libre –agrega Agustín. Se levanta con la taza de té vacía y apoya una mano en el hombro de Candela para rozarse las mejillas en el saludo. Después continúa caminando y se pierde en un pasillo que lleva a la cocina.

–¿Sabes que me di cuenta? –Lali cruza los brazos y mira hacia el techo. Gastón regresa con un paquete de gomitas frutales y azucaradas, pasa por detrás de Candela y se introduce en su box perfectamente ordenado– que ya no estamos para salir de joda y sólo dormir tres horas.

TREINTA DÍASWhere stories live. Discover now