Día veintitrés: Clandestinos

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–Fue una persona que nunca pudo superar ese miedo y aunque al principio no le creíamos, era muy gracioso verlo ponerse colorado o esquivar la mirada cuando veía ropa interior –en la motorhome todo continúa calmo. Las luces de las guirnaldas siguen encendidas, las cortinas cubren las ventanas para que nadie espíe desde el exterior, los pies de Lali y Peter se chocan en el final del sillón-cama, las rodillas se rozan por debajo de la frazada de lana que les cubre los cuerpos desnudos y el bol con fresas está entre medio de ambos. Ella está boca arriba con los brazos cruzados por encima de su torso cubierto; él está de perfil con el codo clavado en el colchón y la cabeza descansando en su puño. Es que así puede mirarla mejor.

–¿Pero en qué contexto fue que la vio? –pregunta Peter, al mismo tiempo que agarra un fresa y se la lleva a la boca.

–Era el cumpleaños de una compañera y lo festejó en la casa quinta de sus abuelos porque estábamos en septiembre. Ese día hizo mucho calor y más de uno de los que estábamos borrachos nos sacamos la ropa y nos tiramos a la pileta. Pobre, Luciano... cuando se vio en el medio de una jauría de bombachas y culos casi se nos muere –y él ríe– y a partir de ahí le inventamos la fobia –bombachofóbico.

–¿Nunca le preguntaron por qué?

–No... siempre nos resultó más divertido reírnos –confiesa luego de pensar si alguna vez se acercó al joven  Luciano a ayudarlo en su terror a las bombachas.

–Capaz no le tiene miedo a las bombachas, capaz es fobia a la desnudez.

–Peter, vino a mi casa y cuando vio mis bombachas colgadas en el tender me pidió que las guarde –y él tira la cabeza para atrás por efecto de la carcajada.

–Tal vez ya lo superó.

–Lo dudo.

–Lali, en algún momento habrá tenido la necesidad física de estar con una mujer.

–Hay cuatro opciones –y todo va a enumerarlo con los dedos– lo superó, está internado en un psiquiátrico, es gay o está saliendo con una mina fóbica a los calzoncillos.

–Tenés que empezar a dejar de reírte de los demás –le dice después de reírse él también.

–Me estoy riendo con él, no de él. Aparte ameritaba hacerlo, en un momento ya era muy gracioso verlo taparse la cara cuando a alguien se le asomaba el elástico –y muerde una fresa que él le da– nunca vi una fobia tan estúpida.

–Capaz es fobia a la tela o a la forma.

–Par favor –y esboza una sonrisa de medio lado.

–Hay mujeres que le tienen miedo al sexo por nuestro miembro –Nota de autora: por qué estamos hablando de esto, chicos.

–Eso es distinto –y levanta un dedo– porque a nosotras se nos introduce algo en el cuerpo –okey– y es más lógico tener miedo. Pero a una bombacha... ¡Una bombacha, Peter!

–Bueno, pero no todas las fobias son iguales –y mientras habla le corre un mechón de pelo que le cae por encima de la frente. Lo hace suave, rozándole los dedos entre el pelo y la piel, hasta enganchárselo detrás de la oreja– por ejemplo, Gastón y vos le tienen fobia a las alturas.

–Yo no le tengo fobia a las alt- –hasta que se da cuenta de la broma relacionada con su estatura y lo mira de reojo seriamente– me caes mal. Yo voy a empezar a decir que le tenés fobia a las mujeres porque, querido, que manera de dar vueltas para decidir si estar conmigo o no –pero todas las últimas doce palabras las dijo con la boca de él sobre la suya porque prefirió interrumpirla, aunque Lali tenga el don de continuar hablando aún cuando la están besando.

TREINTA DÍASOù les histoires vivent. Découvrez maintenant