Día treinta: Nos veremos otra vez

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El jazz que proviene del parlante del celular que hace equilibrio sobre el borde de la bacha del baño, funciona como decoración o banda sonora del baño de inmersión que Lali estaba programando desde la cena del día anterior. La bañera la llenó de sales y líquidos de aroma dulce que generaron un montón de burbujas en el agua tibia. Apenas se levantó y después de comer una tostada, se juntó el pelo en un rodete desprolijo y se sucumbió en el interior de la bañera. Apoyó la espalda contra una esquina, tiró un poco la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, dejándose llevar por las diversas melodías de todas las estrofas musicales que descargó en su móvil. Relajó todo el cuerpo y de un solo suspiro se hundió en la tranquilidad absoluta. Hasta que el agua empezó a levantar oleada y sus piernas se rozaron con otro par. Esbozó una sonrisa mientras esperaba a que por debajo del agua las piernas se encastren y cuando abrió los ojos se reencontró con Peter en la otra esquina de la bañera, con su sonrisa de costado y los ojos achinados.

−Ya me parecía raro que tardaras tanto en venir.

−Me tendrías que haber invitado –Peter junta agua con sus manos y se empapa la cara y también el pelo.

−Me estoy vengando por no haberme invitado en la del yate –retruca.

−No tiene bañera e íbamos a estar un poco incómodos.

−Siempre podemos experimentar cosas nuevas –agrega sabia y él ríe. Lali se desajusta un poco la colita que retiene su rodete y lo deja caer por un costado mientras que Peter apoya los brazos de cada lado de la bañera y la observa: la espuma le cubre el pecho hasta unos centímetros por debajo de las axilas y sus hombros brillan porque están mojados y porque la luz le impacta en ese sector.

−Hoy es el último día –dice de repente. Lali levanta la cabeza y lo mira– hoy es el día treinta... terminamos con la apuesta.

−Sí –susurra– se pasó rápido ¿no?

−Depende como lo miremos –y ella le da una patada por debajo del agua– quizás los primeros días fueron más tediosos... hasta que logramos acostumbrarnos.

−Los últimos diez se me pasaron rapidísimo. Cuando me quise acordar ya nos estaban quedando dos días.

−¿Y lo sentiste como algo bueno o malo? –pero Lali levanta un hombro. Es que no quiere decirle que en realidad quería extender un poco más la apuesta– a mí me pasó lo mismo. ¿Habremos aprendido algo?

−Yo sí. Aprendí que es imposible convivir con una persona con trastorno obsesivo compulsivo –pero Peter expulsa una carcajada– en serio... todavía no entiendo cómo las otras no se asustaron apenas les dijiste que las tazas con lunares no pueden ir en el mismo estante de las tazas lisas.

−¿Por qué alguien va a mezclar objetos lisos con objetos dibujados? –su toc es más fuerte que él mismo y por eso Lali ríe– bueno, todos tenemos nuestros mambos.

−Yo no tengo ninguno –y él la mira atónito porque está mintiendo atrozmente y todos lo sabemos– ¿Qué me pones esa cara? Yo no tengo ningún mambo, querido.

−¿Hablamos de las veces que me diste vuelta el cuarto o de cuando me rompiste objetos de valor?

−Ese sigue siendo tu mambo –lo acusa pero él se muerde el labio porque tiene todas las de perder; siempre– aparte eso se llama torpeza, no podemos calificarlo como mambo.

−Lo bueno es que lo aceptas.

−Y a mucha honra. A mí no me molesta ser como soy... y aunque te hacías el duro, a vos tampoco te molestaba.

−¿Te digo la verdad? –Lali asiente– más de una vez me pregunté qué era lo que tenías para poder acaparar todas las atenciones y lograr que todos te quieran.

TREINTA DÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora