Día nueve: Mujer bonita

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Pretty woman, walkin' down the street. Pretty woman the kind I like to meet. Pretty woman I don't believe you, you're not the truth. No one could look as good as you. El locutor de la emisora presenta la canción de Roy Orbison que se expulsa por los parlantes de la radio que Peter conectó en la computadora mientras termina de leer los archivos que Victorio le alcanzó hace media hora. Él está sentado del otro lado del escritorio con las piernas cruzadas y leyendo una carpeta de solapas naranjas. Pretty woman won't you pardon me. Pretty woman I couldn't help but see. Lali interrumpe al tocar la puerta y entra sin que nadie le dé el permiso. Peter la mira de reojo cuando ella se acerca amable a saludar con un beso a Victorio que le sonríe mañanero y cansado. Ella rodea todo el escritorio para llegar a él y entregarle en mano el pendrive que le prometió horas atrás sobre un artículo que escribió para que chequee antes de publicar. Y cuando se da media vuelta para volver hacia la puerta, Peter la observa. Y capaz es la música y la película que vio más de una vez en un canal de aire un domingo a las cinco de la tarde, pero las caderas y las piernas de Lali se movían al mismo compás de la canción de una manera tan sensual que tuvo que sacudir la cabeza cuando la puerta se cerró. Pretty woman that you look lovely as can be. Are you lonely just like me.

–¿Qué pasó? –Victorio lo mira de reojo por encima de su carpeta naranja.

–¿Qué pasó de qué? –Peter no lo mira. Lee y juega paseándose la lapicera entre los dedos.

–¿Por qué la miraste así?

–¿Así cómo?

–Así como que la querías masticar –y recién ahí levanta la cabeza para mirarlo con su rostro serio de pocas amistades. Victorio sólo esboza una sonrisa.

–Concentrate en tu trabajo, por favor.

–Dale, boludo. A mí me podes contar –cierra la carpeta y la deja caer sobre el escritorio– ¿Qué te pasa? Te pasa algo, pasó algo, ¿qué pasó?

–¿Hace cuánto no tenés sexo, Vico?

–Menos que vos seguro que no –y Peter revolea los ojos– dale, soy tu amigo, che.

–No sé que querés que te cuente.

–Te gusta –y sonríe como sonreiría cualquiera de nosotras si tiene que decirle la misma línea.

–¿Quién? ¿Lali?

–No, mi tía Eduviges –y Peter ríe antes de morderse el labio– sí, man.

–No, ¿qué decís? Nada que ver. El hecho de que estemos conviviendo no quiere decir que tenga que pasar algo, sólo somos jefe y empleada. ¿Por qué todos piensan que puede pasar algo?

–Por la misma razón que acabas de decir, tal vez. A ver, Peter... pasaste por un montón de cosas horribles y después de un montón de tiempo volviste a convivir con una mujer que es muy bonita, es simpática, es divertida. ¿Por qué no te permitís un aventón?

–¿Aventón? –y sube las cejas– ¿Te pensás que es un auto que pasa y me subo cuando lo necesito?

–¿No es así?

–Victorio –y lo mira entre serio y enojado. Él sólo se ríe.

–Ya lo sé, goma. Sólo te estoy jodiendo –le da una palmada en un costado del brazo– igual si te pones a hilar fino, podría suceder algo. Es que todavía no entiendo como no pasó.

–No sé que querés que te responda –agarra un conjunto de hojas, las posiciona verticalmente frente a él y las golpea sobre el escritorio para que estén perfectamente derechas– es una empleada y no podemos involucrarnos.

TREINTA DÍASWhere stories live. Discover now