Capítulo 22: Sam, Samanta.

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Después de casi toda la noche conduciendo, mi cuerpo ya no daba más de sí y necesitaba dormir.
Una voz en mi interior me decía que no parase, pero el cansancio pudo conmigo. Aparqué en un carril de la carretera y dejé mi cuerpo muerto. 

- Agua... ne-necesito agua... -me despertó la voz de Julia.

- ¡Julia, estás bien! -dije mirando hacia ella. - No queda agua, la gasté mientras conducía. Y además, lo que necesitas es algo con azúcar para recuperar fuerzas.

Conducí hasta llegar a una rambla y escondí el coche con Julia dentro.

- Tu cuchillo lo tienes donde siempre, y ten esta pistola por si te encuentras en peligro -le dije dándole una pistola. - Entraré a aquellas casas de allí para buscar agua y algo de comer.

No me estaba haciendo ninguna gracia el caminar sola por una calle llena de cadáveres y casas sucias. Ninguna de ellas tenía pinta de estar habitada, así que entré a una casa de dos plantas de color grisado.

- Joder, no recordaba que costase tanto el forzar la cerradura -dije mientras intentaba abrir la puerta con unas horquillas.

Cuando conseguí abrir la puerta, di dos golpes en la pared esperando a que el ruido atrajese a cualquier individuo que estuviera en la casa.
Viendo que el terreno estaba libre, entré y dejé la puerta entreabierta por si tenía que salir corriendo.

No quería armar mucho escándalo, así que empuñé mi cuchillo y dejé la mágnum en una de mis botas. 

Lo primero que hice fue contar las habitaciones sin entrar en ninguna de ellas. La casa tenía una cocina, un aseo, un comedor y unas escaleras las cuales daban a una puerta de madera. En la planta alta, tenía un baño, dos dormitorios y una sala de ordenador. 

Revisé a fondo la planta de arriba y solo encontré unas vendas, agua oxigenada y antiinflamatorios. Cargué todo en la mochila y bajé.
Fui a la cocina y conseguí varias latas de conservas, dos paquetes de galletas, las cuales parecían rancias; una botella de cocacola; y una garrafa de agua.
Decidí no llevarme la garrafa de agua, ya que pesaba bastante y podía ocasionarme problemas. 

Era evidente que no podía quedarme con la duda de qué había detrás de la puerta de madera, así que entré...
El olor que desprendía ese lugar era sofocante, era imposible respirar. Estaba todo oscuro, por tanto pensé que salir era la mejor opción. 

- ¿Por-por-por qué te vas? Hay pastelitos, y café -me dijo una voz cuando intentaba irme.

- ¿Quién eres? ¿Dónde estás? -dije asustada.

De repente una luz parpadeante se encendió. Mi rostro se descolocó y el color de mi cara pasó a ser blancuzo. 

- ¿Qué te ocurre? Todos estamos celebrando el cumple de Sam. ¡Únete!

Era normal mi reacción al ver lo que tenía delante. Una muchacha, o al menos eso parecía; de no más de 26 años de edad, con una melena de pelo negro sucio y despeinado; toda su piel mugrienta y despellejada; sus muñecas tenían cortes de los cuales salía sangre reseca.

Eso no era todo, 4 cadáveres colgaban de la pared con una cuerda. Y dos de esos cuerpos tenían el estómago abierto y sus órganos sacados.

- No te asustes, ellos son tímidos -dijo sonriendo. - Ven, pasa, siéntate.

- Yo..., yo he de irme.

- No puedes abandonarnos -contestó levantándose. - La fiesta acaba de empezar. ¡Sam, dile algo!

- ¿Quién es Sam? -dije bajando poco a poco mi mano hacia la bota.

- Sam... ¡Samanta! Es la chica rubia de mi lado. (No, Sam, es una buena amiga) -susurró.

- Yo no veo a ninguna chica rubia, explícame más sobre ella. 

- ¡Oh!, es cierto. Tú no puedes verla... -suspiró. - Pero yo puedo hacer que la veas, solo necesito tu cuerpo.

- ¿Mi cuerpo? Sam dice que no le gusta mi cuerpo.

Intentaba llevar la situación como podía. Mientras le daba tema de conversación agachaba poco a poco mi mano para intentar coger la pistola. 

- Sí, sí le gusta -dijo acercándose lentamente a mí. - ¿Por qué bajas tu mano? ¿Qué tienes ahí?

- ¡Nada! Me pica un pie. ¿A que sí, Sam? -dije poniéndome recta.

- A Sam no le gustas, y si a Sam no le gustas tendré que acabar contigo... -dijo asentando con la cabeza.

La chica se tiró encima de mí y empezó a estrangularme. Clavé mi cuchillo en su espalda y me coloqué encima de ella haciendo presión. Empezó a gritar, pero más que gritos eran gruñidos. Mi peso sobre ella hizo que el cuchillo atravesase sus órganos, provocando su muerte.

- ¡Me cago en la puta! -grité limpiándome el sudor con el brazo.

Seguía con la duda de saber qué había en esa habitación, así que revisé.

- ¡OH SÍ! -grité de la alegría.

En el fondo de la habitación, a mano derecha, había un armero. El problema era que estaba cerrado con llave.
Empecé a golpearlo con el puñal de la pistola, pero era imposible romper el cristal. 
Me di la vuelta y busqué por toda la habitación alguna llave que pudiese abrir la puerta.

Algo me decía que la llave no estaba en ninguno de esos cajones. Sino, que estaba en uno de esos dos cuerpos.

- Nonono, ¡NO! Maldita sea, ¿por qué? -dije poniéndome delante de un cuerpo.

Con mi cuchillo, que había quitado de la espalda de la chica, empecé a abrir el estómago del cuerpo. Las arcadas que me daban eran incontrolables. Parecía que habían comido hace poco, ya que en su estómago había residuos de comida. 
Metí mi mano en su estómago y palpé cada rincón intentando encontrar la llave.
Y por suerte, encontré un pequeño collar el cual tenía una llave.

Abrí rápidamente el armero y cargué con todas las armas y municiones que pude. 

- ¡AAAAAAAAAAAAAAAARG! -gruñó la chica convertida en zombi tirándose a mí.

- ¡Mierda! ¡JODER! -decía mientras intentaba apartar su cabeza de mi cuello.

No sabía qué hacer ni cómo escapar. El cuchillo estaba demasiado lejos, y las armas estaban descargadas. Necesitaba ayuda, y la necesitaba urgentemente. 

Apocalipsis finalWhere stories live. Discover now