CAPÍTULO CUATRO: UN PASADO ROJO, UN PRESENTE FRÍO

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Gorkan se había ido unos días a una manada de zorros, él y fuego se irían juntos ya que algunas panteras estaban atemorizando a esas criaturas llenas de inteligencia y amor, Gariot —el padre de los hermanos de Hierro—, siempre había tenido una estrecha relación con los zorros, y es por eso que cuando el líder de corazón rojo recibió el pedido de ayuda: él no se negó.

La manada estaba en manos de Gokan, sería él quien cuidaría de su gente mientras su hermano se encontraba lejos, y para el lobo joven era un honor, su hermano no confiaba en muchas personas y que él mismo le diera aquel poder, lo hacía sentir feliz. Después de todo, Gorkan seguía amándolo, aunque el tercer hermano no podía perdonarse él haber fijado los ojos en la mujer que había capturado la atención de su hermano mayor, tampoco se perdonaba el hecho que su líder y hermano sufriera al verlo felices y juntos.

Al principio no había pensado las cosas, ¿y cómo hacerlo? Mireia era una mujer que te golpeaba con fuerza, que su belleza los volvía locos y su inteligencia aun peor. No había visto las consecuencias del futuro, tampoco que lastimaba a su hermano, aun cuando la bella princesa estaba destinada a contraer nupcias con el líder, pero no fue así, Gokan no podía dejar que la mujer que amaba se casara, aun si fuera su hermano, su mayor héroe. Fue egoísta, pero no se arrepentía. Por mucho tiempo había dejado que las cosas buenas solo les pasara a sus hermanos mayor, que la fuerza y el trono fuera para Gorkan, que Gorius fuera amado por su carácter afable, y ¿Él? Gokan solo era el tercer hermano. El callado. El silencioso. Nada más, ahora quería algo grande, que alguien llenara el vacío en su corazón y para eso había llegado Mireia.

—Estás muy callado, y solo yo sé que tú no eres así —el tercer hermano, el de ojos rasgados esbozó una sonrisa y se giró, viendo a su hembra acostada y con los ojos brillantes. Se acercó y se acostó en el catre, pasando sus dedos por el vientre abultado de su compañera. Pronto su cachorro llegaría, en poco tiempo sería un lobo completo—. ¿Es por tu hermano?

—Hoy volverá, y es mejor. Ser líder es tener muchas responsabilidades, puedo entender el carácter de Gorkan —lo justificó y Mireia negó. Sus dos hermanos solían ver el mal carácter del mayor como una justificación a todo lo que habían pasado, pero ella había conocido a Gorius. Un león amable, y risueño, como Goliat. Parecía que el mayor llevara una carga más pesada—. No es malo, cariño.

—Me da hasta miedo. Sus facciones, parece que en cualquier momento puede matarte —murmuró recordando las tantas veces que lo había visto cerca de ella, o en las noches, cuando salía y se lo encontraba. Alto, grande y de una mirada depredadora, una voz ronca, seca que te hacía sentir miedo y con ganas de huir. Mireia seguía creyendo que era peligroso, aunque para los demás fuera un ángel por haberlos liberado.

—Mi padre era así, idéntico. Por eso, cada que ven a Gorkan lo ven a él —murmuró su compañero, recordando a su padre, tan alto que cuando lo ponía en sus hombros, el joven lobo podía tocar el cielo, las estrellas. Podía ser feliz—. Pero era risueño, riendo y besando a madre por todas las esquinas.

—Dejemos de hablar de él por favor, es tu hermano, pero no pierdo la esperanza de algún día poder irnos de aquí y ser feliz, por nuestro cachorro —suplicó su hembra y Gokan se inclinó, pasando sus labios por su vientre, inhalando el aroma de cachorro. Un pequeño lobo, uno que traería felicidad a su camino.

— ¡Gokan! —gritaron y golpearon la puerta de carrizo. Era Goliat, su hermano pequeño.

—Ya voy, Goliat.

LA CAPERUZA DEL LOBO © (I HDH)Onde histórias criam vida. Descubra agora