CAPÍTULO DOS: CAPERUCITA ROJA

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Odell tenía cerca de cinco o seis años cuando Lia llegó a la vida de esa familia. Era pequeña, de piel tostada y de unos enormes ojos marrones que brillaban bajo el manto de la noche. Un cabello largo, ondeado y oscuro, siempre suelto y cayendo en sus hombros con gracia, era una niña que todos querían admiran. Su belleza era espectacular, y sabían que se convertiría en una buena dama porque tenía a los mejores padres y Odell la cuidaría al ser su hermano mayor.

Sus padres, Luna y Antonio, eran jóvenes y sabios. Ambos se habían criado en el mismo pueblo, habían corrido juntos y luego tocados sus manos cuando nadie los veía, y aunque al principio Luna estaba destinada a casarse con Mailes, el hermano de Antonio, terminó triunfando el amor de los jóvenes aldeanos.

No llegaban a los veinte cuando tuvieron a Odell, y años después, entre ruegos y suplicas llegó la pequeña que iluminó sus días y guió sus caminos. Estaban enamorados de su familia, amaban ser unidos y aunque muchas veces la comida faltara, permanecían unidos.

—Mi caperucita —murmuró la abuela, sosteniendo la capa roja entre sus manos, observando los ojos chispeantes de la niña de apenas unos meses de edad. La bebé se removió inquita y terminó llevándose el pie desnudo a la boca, causando la risa en sus padres—. Es muy parecida a Liana, parecen hasta hermanas.

—Liana es más ruidosa, más gritona —bromeó Antonio recordando las travesuras de su sobrina, que por sorpresas del destino: tenía la misma edad que su hija. El zapatero se inclinó, sosteniendo en sus brazos a su niña—. Pero hablaremos en el camino, mi hermano ha de estar esperándonos impaciente.

—Mailes siempre fue impaciente, hijo mío.

Antonio sonrió sosteniendo en sus brazos a su hija, tomó uno de los trapos rojos que descansaba en la silla de madera y la puso encima de su niña. La cubrió y cuando estuvo lista, salió de la casa seguido de su hijo y de su madre. Ellos habían decidido vivir alejados del pueblo, vivir más cerca del bosque junto a su madre, la cual ya no toleraba mucho ruido y admiraba la belleza de la naturaleza, al principio Mailes no estuvo de acuerdo, pero terminó aceptando que su madre no quería vivir con él y como siempre: se fue con su hijo favorito, el mismo que estaba casado con la mujer que había amado.

Cuando llegaron al pueblo fueron saludados por los aldeanos, más de uno se detuvo a saludar a Antonio y felicitarlo por su hija Lia, quien llamó la atención de todo aquel que estaba cerca. Cuando llegaron a la choza de Mailes, éste los recibió con una sonrisa enorme y en sus brazos sosteniendo a su primera hija, Liana. Una hermosa niña de ojos saltones, piel tostada y ojos oscuros, casi igual que su prima Lia, su parecido era increíble, pero eran sus personalidades tan diferentes. Mientras que la hija de Antonio era callada, la hija de Mailes era explosiva y ruidosa.

— ¿Ya comió? —La abuela tomó a su otra nieta, sonriéndole mientras la pequeña se quejaba y fruncía la boca—. Tú eras igual que ella, siempre gritando por atención.

— ¿Y Luna y Rubí? —Antonio depositó a su hija en la canasta, la niña se removió pero terminó llevándose el pulgar a la boca y observa todo a su alrededor. Odell salió corriendo cuando vecinos de ahí lo llegaron a buscar, su padre asintió revolviéndole el cabello para después verlo partir riendo. Se sentó viendo alrededor, una choza un poco más grande, con más cosas y llena de lujos que su hermano mayor podía permitirse.

Antonio era zapatero, el mejor, aunque eso significaba salir mucho de casa para poder ir a los pueblos vecinos. Había seguido los pasos de su tío, mientras que Mailes era cazador. El mejor en esas tierras y el querido del rey, se encargaba de cazar criaturas que se escondían o estaban muy lejos de ahí, cazador de lobos, tantos que ya había perdido la cuenta. Un ser cruel que era venerado por los aldeanos y por el rey.

LA CAPERUZA DEL LOBO © (I HDH)Where stories live. Discover now