CAPÍTULO DIECINUEVE: LOS SECRETOS DE LA DIOSA

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Él será como su padre,

Tendrá su valentía y fuerza.

Defenderá a los suyos tal y como lo hizo Gokan de Hierro.

Mireia abrió los ojos cuando escuchó una suave melodía venir de afuera de su habitación. Parpadeó varias veces al sentir la brisa fría golpear contra su cuerpo, recordaba a ver cerrado muy bien las ventanas para que Basil pudiera dormir muy bien, pero al parecer una había dejado abierta. Con cuidado tiró del abrigo que la mantenía caliente y bajó de la cama, descalza y fue hacía la cuna de madera donde dormía su cachorro. Él tenía su propia habitación pero Gorius había comprendido que ella no podía separarse de su pequeño.

Sonrió y se inclinó para tomarlo en sus brazos pero mayor fue su sorpresa cuando no lo encontró. Preocupada dio un salto con dirección al pasillo para alertar a sus hermanos de que su hijo no estaba, pero cuando iba abrir la puerta, se detuvo al escuchar la risa de un macho. Uno muy conocido. Su corazón golpeó con fuerza contra su pecho, sus manos sudaron y sus ojos empezaron a humedecerse al reconocer esa voz, esa risa y sin pensarlo dos veces se giró siguiendo aquella risa.

Las ventanas estaban abiertas provocando que las sábanas blancas que las cubrían bailaran con delicadeza, escondiendo la sombra de aquel macho. Asustada caminó con lentitud y cuando estuvo de pie frente a la ventana, apartó las sabanas y lo vio. Ahí. De pie riendo a carcajadas mientras que en su mano sostenía a Basil, tan pequeñito que rugía mostrando sus pequeños colmillos. Su cabello lacio y oscuros bailaba con el viento al igual que el de su compañero, ambos tan parecidos, ambos dos gotas de agua.

—Mi princesa, no he querido despertarte —dijo esbozando una sonrisa mientras se inclinaba y dejaba que su pequeño cachorro tirara de su cabello con fuerza para después echarse a reír. Mireia aun perpleja se acercó y dejó caer sus manos en el rostro de su compañero, observándolo fijamente.

Estaba ahí.

Era él.

—Gokan —murmuró con las mejillas mojadas, el aludido sostuvo en su mano al cachorro que se removía violentamente mientras sus ojos se mantenían fijos en el rostro de su esposa. La hembra con cuidado terminó lanzándose a sus brazos, envolviendo las manos alrededor de su cuello para después echarse a llorar, sacando todo lo que había estado aguantando.

Su compañero aferró su mano libre alrededor del delicado cuello, y la sentó en su regazo preguntándose qué le sucedía a su hembra, ¿Qué había causado su llanto? La muchacha enterró su rostro en su cuello inhalando su aroma a tierra, agua y a Gokan. Como lo había extrañado, y ahora tenía miedo de que fuera otro de sus sueños, pero ese se sentía más real, tanto que no quiso despertar.

— ¡Pero miren a este príncipe! —Mireia giró su rostro y una sonrisa tiró de sus labios al ver a su cachorro mostrar sus pequeños colmillos a su padre, Gokan rió inclinándose para pasar su nariz por la pequeñita de su hijo, éste aferró sus dedos pequeños en sus labios observando a su padre—. Será un gran lobo. El mejor, todos temerán del gran Basil de Hierro, hijo de Gokan.

—Lo será, tal y como su padre —la hembra pasó sus dedos por los pómulos de su amado y después recorrió su mandíbula y sus labios de un color oscuro. Finos y delicados.

—Quiero que Basil se crie en un mundo donde no deba temer, donde sea libre —reflexionó fijando su mirada en su cachorro—, y para ello todos debemos luchar por algo mejor. Gorkan se encuentra en peligro y él será la llave a que todos sean destruidos, debes alertar a Gorius..., debe saber que nuestro rey se encuentra en grave peligro.

—No te vayas por favor, no nos dejes —la joven rogó cuando el macho se puso de pie y dejaba al pequeño Basil en los brazos de su madre, se inclinó besando su frente y sonriendo al verlo cerrar los ojos y fruncir su bonita nariz.

LA CAPERUZA DEL LOBO © (I HDH)Where stories live. Discover now