CAPÍTULO DIEZ: ALIANZA

1.9K 270 39
                                    


Gerd lanzó una mirada hacia atrás y una sonrisa tiró de sus secos y lastimados labios. Siguió corriendo, rezándole a la luna para que lo cuidara y llegara sano a sus tierras, ahí donde estaría seguro. Cruzó ríos, desiertos y luego el bosque, ahí donde cayó y fue sostenido por una de las jóvenes cazadoras, la cual lo llevó a su reino para que la líder pudiera ayudarlo y luego mandara por su líder y familia.

El muchacho, aquel que no llegaba ni a los quince años se removió entre una cama grande y suave, se sujetó y luego abrió los ojos de golpe gritando desesperado. Las cazadoras corrieron hacía él, con sus espadas en lo alto y otras con sus arcos, al ver al muchacho en un rincón bajaron sus armas y dieron paso a la líder, que se acercó y le regaló una sonrisa dulce. El joven pantera se sorprendió por la belleza de la mujer, por su dorado cabello que caía en sus hombros y como sus ojos verdes brillaban con intensidad.

—Gerd Torrent, ¿Qué hacías en aquel bosque, muchacho? —inquirió y el aludido se levantó con cuidado, mirándose y dándose cuenta que su cuerpo ya no dolía, y tampoco se encontraba herido. ¿Al caso fue todo un sueño?—. ¿Gerd?

—Me capturaron, mi señora. Cazadores, ¡Muchos! Yo había estado en el riachuelo, me alejé de mi gente y..., el resto es incierto, hasta que desperté.

— ¿Cazadores? ¿En estas tierras? —Deanet dudó y miró a las cazadoras que estaban ahí viendo con curiosidad al muchacho—. ¿Cómo lograste escapar, Gerd?

— ¡Mi señora fue un milagro! Mi señor, Gorkan de Hierro, el líder ¡El me salvó!

Todas se quedaron calladas cuando el muchacho mencionó el nombre del líder de Hierro, el sin corazón y ser conocido por la sangre que corría por sus manos. Deanet se sorprendió y un hormigueó corrió por su cuerpo al escuchar el nombre del cazador, por el cual en un momento de su vida había decidió renunciar para ser cazador, un momento pensó dejarlo todo por aquel joven macho. Sacudió su cabeza y volvió su atención al muchacho.

—No logro comprenderte, explica muy bien todo antes de que tu líder llegue aquí por ti. Pero antes, debes comer algo y darte un baño, te esperaremos abajo.

La joven pantera asintió viéndolas salir de los aposentos donde se encontraba. Desclaso recorrió la amplia habitación y se dirigió hasta el ventanal y vio como el bosque cubría aquel reino tan bello y del que tanto hablaban. Las cazadoras eran hijas directas de Artemisa, seres increíbles que protegían aquellas tierras, y gracias a ellas él mal no pasaba fácilmente. Vio el riachuelo y quiso correr hacia ahí, pero terminó despojándose de la ropa y metiéndose en un cubo grande de lata de agua caliente, cerró los ojos y se zambulló, pero salió con rapidez, porque al cerrar los ojos recordó todo.

Cuando estuvo aseado, se puso una camisa blanca y unos cortos pantalones que habían dejado para él, junto zapatos. Peinó su cabello largo hacia atrás y salió, siendo custodiado por dos cazadoras con lanzas. Bajaron en silencio y sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a su madre ahí, de pie y con los ojos llenos de lágrimas, corrió hacía la hembra y lloró como un cachorro pequeño, porque al final de cuentas eso era Gerd.

—Mi cachorro, ha vuelto. ¡Oh, Gerd! —Makia sollozó sosteniendo el delgado cuerpo de su último hijo. Llevaba mucho tiempo desaparecido y todos había creído lo peor, y eso lentamente había estado matando a la madre de los panteras.

—Deja un poco para nosotros, madre —Egil sonrió hacia su hermano y tiró de él, abrazándolo. Pasó sus labios gruesos por su frente y le dio un apretón—. Estás aquí.

—Bienvenido a casa hermano, bienvenido a nosotros —habló Sigurd, el hermano mayor y líder de los panteras. Con los ojos llenos de lágrimas, Gerd asintió y se inclinó con respeto.

LA CAPERUZA DEL LOBO © (I HDH)Where stories live. Discover now