CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO: LOS PRIMEROS EN PARTIR

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Dicen que las criaturas más feroces se encuentran ahí,

Dicen que los Dioses del cielo han bajado solo para luchar,

Dicen que los brujos han de ganar,

Y todo esto dicen que solo fue una leyenda, otros dicen que sucedió.

¿Tú que crees?

Gorius cerró los ojos con fuerza y terminó echando la cabeza hacia a un lado mientras la hembra trenzaba su cabello con cuidado y miedo a lastimarlo, o tal vez era miedo por lo que sucedería en pocas horas.

Todavía era de noche pero todos los machos y hembras estaban preparándose, despidiéndose de los suyos y otros entrenando, el último entrenamiento. Gorius no quería eso, no quería arriesgar la vida de su gente por una guerra que no les garantizaba volver, vivir. Sabía que perderían muchos, sabía que incluso podría perder a sus hermanos, y no estaba preparado para eso.

Las hembras se despidieron con timidez y salieron dejándolo nuevamente solo, así que se puso de pie colocándose la capa entre amarrilla y roja que rodeaba su cuello y protegía sus hombros, en esta estaba escrito el nombre de su reino y tejido a mano un león rugiendo, mientras que machos estaban inclinados, era un Lairs, un rey. Su abuelo le había entregado su gente, su historia, su cultura, lo más preciado y desde que había llegado al poder había hecho todo lo posible por llevar el nombre de los leones en alto, pero más importante: había hecho que los leones fueran justos y humildes, y que las batallas con otras criaturas no fueran necesarias.

Salió de su habitación y con cuidado caminó hacia la que pertenecía a su padre, golpeó y escuchó su voz dándole permiso para ingresar, lo vio de pie llevando una capa negra con el nombre de su reino escrito, una corona entre sus dedos y la grandeza que todo líder, pero uno ausente. En la cama estaba Geiat y Goliat, ambos vestidos de negro, el cuarto hermano llevaba el cabello echado hacia un lado del rostro, tratando de cubrir las cicatrices, su hermana también iba vestida de negro con la capa y el arco colgando en su espalda. Todos listos para una guerra que los mataría tal vez.

—La princesa luce como una guerrera nata —Gariot esbozó una sonrisa amorosa viendo el rostro de su hija, la hembra se puso de pie estirando su mano para que su padre la tomaba y así fue, ambos se fundieron en un abrazo que decía mucho, y es que desde que su padre había recobrado los recuerdos, Geiat no quería alejarse, no quería incluso dormir en otro lugar que no sea con su padre, Gorius sabía que su hermana tenía miedo de perderlo otra vez y por eso noches anteriores le había rogado que le prohibiera al padre de los De Hierro ir a la guerra, y aunque el león se lo había sugerido: Gariot dijo que era su deber estar ahí, luchar a la par con sus cachorros.

—Están listos para partir —la voz ronca y fría de Fuego hizo que todos se miraran con cuidado, el macho vestía de negro y el cabello lo llevaba recogido, sus ojos estaban de un color rojo, que hizo que más de uno evitara verlo. Nadie habló, asintieron y partieron despidiéndose por ahora de ese reino.

Bajaron las escaleras encontrándose con los líderes de cada especie, viéndolos lucir su propia ropa de su reino, con el rostro tenso, inquietos por lo que sucedería. Gorius sabía que debía hablar, pero no era su reino, no era rey en esas tierras.

—En este momento debería ser Gorkan quien hable, quien motive y diga que los vencedores seremos nosotros —más de uno se miró compartiendo sonrisas haciéndose una idea que nada de eso diría el líder lobo, era un macho de pocas palabras—. Pero no sería Gorkan si lo hiciera, porque es un macho de pocas palabras. Los miraría y les diría que los protegería, que lucharía porque todos vuelvan con sus compañeras y cachorros, que somos más fuertes que aquellos humanos.

LA CAPERUZA DEL LOBO © (I HDH)Место, где живут истории. Откройте их для себя