CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO: LAS MANOS DE LA MUERTE

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Siempre se mostró como era,

Siempre dejó claro que era un animal,

Y nadie le creyó.

Ahora que sus manos están manchadas de sangre,

Ahora que carga con muchas muerte,

Ahora que aúlla todos le temen.

Gariot fue empujado con fuerza al suelo, el lobo rápidamente se puso en cuatro patas y alzó el hocico mostrándole los colmillos a su oponente, el tigre silbó bajito y atrás suyo varios humanos con lanzas lo apuntan. Mira hasta atrás, viendo a todos luchando, así que hará lo mismo aunque en el camino rompa la promesa que le hizo a su hija.

Se estira y luego echa la cabeza hacia tras aullando, un grito tan alto y desgarrador que más de uno lo acompaño. El tigre se lanzó hacia él con las agarras afilada y los colmillos mucho más largos que los suyos, se echó hacia atrás y recibió la primer desgarradura en su rostro, gimió llevándose una de las patas a sus ojos para poder limpiar la sangre que ahora le impedía ver. Cuando pudo limpiarse fue empujado con fuerza, apuntado con lanzas filudas y frente a él se encontraba tigre.

Jadeó bajito, y quiso sacar toda esa fuerza que lo caracterizaba, pero había vivido luchando, y ahora ya no le quedaba fuerza.

El gruñido de dos tigres lo sorprendió, pero rápidamente los reconoció. Vio a sus sobrinos lanzarse hacia los humanos, los vio enterrar sus garras en sus pechos y terminar haciendo nada su corazón. Gariot silbó llamando la atención del tigre, lo rodeó pero el animal no parecía asustado, al contrario.

—Siempre me contaron sobre el gran Gariot De Hierro, quería conocerlo, pelear con él —señaló el tigre levando las comisuras de sus labios dándole un vistazo de los colmillos amarillos y con sangre—. Pero luego fue anunciada tu muerte, y yo quedé con ganas de luchar, de que tú fueras mi maestro.

—Aun puedes redimirte —Gariot no quería dañarlo. Él no quería acabar con su propia raza, con su gente—. Estás a tiempo de luchar.

— ¿Y perder? Si algo aprendí de las historias del mejor guerrero lobo fue a ganar —se detuvo por un momento, analizando los movimientos del lobo—. Y cuando me propusieron estar aquí, cuando me dijeron que estarías: no lo pensé.

—Lamento tu lucha cachorro, como bien lo has dicho: soy el mejor guerrero —Gariot se lanzó hacia adelante empujando sus colmillos en el cuello del tigre, la criatura gruñó empujándolo y clavando sus garras en los hombros del viejo lobo arrebatándole un grito de dolor, pero eso no detuvo al viejo rey. Al antípoda.

Gariot enterró sus colmillos en la garganta de la fiera, mientras empujaba sus patas y presionaba con mayor fuerza en su pecho, lo lanzó al suelo y volvió a perforar la piel dura del tigre para después empujar con mayor fuerza las patas. Vio la oscuridad irse de sus ojos, vio su pelaje perder brillo y luego morir, incluso el viejo rey pudo sentir a la muerte por ahí, rozándole el hombro como un viejo amigo.

Miró hacia atrás viendo a sus sobrinos, viéndolos reír pero aquella felicidad duró poco, más cuando vio a un pantera lanzarse hacia el mayor de sus sobrinos, hacia Gal Amaku De Hierro, escuchó a Dreys gritar y más atrás a su hermana y cuñado. Gariot corrió y sin importarle nada se lanzó hacia la pantera perforando una y otra vez su piel, aun cuando el cuerpo estaba sin vida, aun cuando el corazón había dejado de luchar.

Se giró con la sangre del asesino de su sobrino chorreando por su boca y vio como lentamente se trasformaba, vio su cabello rizado oscuro caer en el suelo y luego sonreír mientras su hermano Dreys lo sostenía en sus brazos. Gariot vio cómo su hermana Amerios corría, su hermana que hace mucho no veía, su hermana que había perdido a su heredero. También vio a Tachal, vio al príncipe tigre arrodillarse y luego buscar al causante.

LA CAPERUZA DEL LOBO © (I HDH)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora