CAPÍTULO VEINTICUATRO: EL REY Y EL VIAJERO

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Elihan sujetó la copa de cristal la cual estaba llena por vino, el mejor, hecho por el mejor. Ocultó su cabello en su capa y volvió su mirada al paraíso, porque eso era el campo que se abría ante sus ojos y muy lejos de ahí se encontraban sus tierras. Como las extrañaba allá, su gente, todo. Pero sabía muy que lo que hacía estaba bien, solo él podría encontrar al culpable.

Centauri estaba a un metro suyo, sonriendo como siempre y coqueteando con las hembras que estaban cercas, estás envueltas por su poder de seducción, su fuerza y su atractivo salvaje. Era increíble que él y Fuego fueran hermanos, eran tan diferentes y no solo hablaba de la apariencia física. No lograba comprender porque parecía tan tranquilo, él y apenas y había podido dormir, esa misma mañana saldría en busca de aquel poseedor de aquella magia que podría matarlos. Necesitaba capturarlo, necesitaba tenerlo en sus garras y hacerlo pagar por las almas inocentes.

—Pareciera que no le importa nada —comentó una voz suave a su espalda, se giró y una sonrisa tiró de sus labios al ver a la hembra de pie, con una sonrisa en los labios y vistiendo justo para tentar a cualquier macho. Sus ojos verdes se posaron en él y luego en la copa a media tomar y chasqueó la lengua—. Dioniso estaría muy molesto.

—No es mi Dios, no le debo respeto —murmuró mordaz y la hembra soltó una risa que hizo que su atención nuevamente volara hacia la joven. Era hermosa. Era sensual y casi estaba seguro que terminaría lanzándose a sus brazos y haciéndola suya. ¿Pero qué le sucedía? Habían pasado siglos desde que había deseado a una mujer con esa locura. Nuevamente miró la copa de vino a medio tomar y la dejó en la mesa de cristal y pidió agua de inmediato—. ¿Pero qué tiene ese vino?

—Es el Dios del éxtasis, Elihan —la joven murmuró viendo también el paraíso que tenía ante sus ojos—. Hace poco se terminó mi tiempo con la Diosa, y me dio a escoger entre seguir protegiendo estas tierras o ser libre.

— ¿Qué has decidido?

—Mi libertad. Mi gente. Mi familia —contestó con voz dura. La salvaje niña ya no existía, ahora era una mujer fuerte e inteligente, estaba segura que los hermanos de Hierro la recibirían con los brazos abiertos. Era especial—. Voy acompañarte en tu camino y luego seguiré el mío.

—No volveré al reino.

— ¿Cómo? —Elihan con cuidado envolvió sus dedos alrededor de la muñeca de la joven y ambos salieron del reino, alejándose lo que más podían de aquellas tierras, nadie podía escuchar lo que le diría.

El sanador movió sus dedos con suavidad y se acercó a una de las fogatas que habían, tomó el fuego en sus manos como si no pudiera hacerle nada y después lo aplastó con ambas manos, la joven observó sus manos y luego vio como las abría y ante ella quedaba una pequeña esfera brillante y ahí se reflejaron a los tres reyes, a los hijos de Apolo. Los vio discutir y luego dar órdenes.

—Elihan está siendo buscado, él rompió las reglas y también desobedeció mi mandato —siseó Avah, sus ojos oscurecidos por el poder y la rabia. Kal a su lado no dijo nada, se mantuvo serio—. Él tendrá el peor castigo de todos y luego seguiremos con la princesa Geiat.

LA CAPERUZA DEL LOBO © (I HDH)Where stories live. Discover now