Capítulo 5

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—Bien, pues quita las manchas de sangre de la camiseta y limpia el cuchillo— dijo él tumbandose en la cama —mañana lo tendré que volver a usar—.
Abigail cogió el cuchillo y la camiseta y se dirigió al baño, cerrando la puerta tras ella.
—Genial, ahora seré la esclava de un chico— se dijo a sí misma mientras frotaba la camiseta sumergida en agua para intentar quitar las manchas.
Estuvo una media hora en el baño, y mientras lavaba la prenda de ropa y el utensilio de cocina se preguntaba de quién podría ser esa sangre.
El chico de ojos verdes no estaba herido con lo que esa sangre no debía de ser de él.
Cuando se aseguró de que estaba todo completamente limpio salió del baño, encontrándose la cabaña vacía.
Él se había ido y ella no se había dado ni cuenta.
Estaba cansada así que se tumbó en la cama y enseguida se quedo dormida.
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Cuando se despertó estaba tumbada en el sofá y él en la cama.
¿En qué momento había llegado?
¿Cuándo la puso en el sofá?
Ahora, por su culpa le dolía el cuello, ya que el chico no había tenido ningún tipo de cuidado al dejarla en el sofá y ella había dormido en una mala posición.
Miró el reloj.
Eran las nueve de la mañana.
Salió a dar una vuelta por el bosque, sin alejarse mucho de la cabaña.
Era un bonito paisaje; montañas, árboles y un caudaloso río.
La cabaña estaba construida en un punto estratégico.
Cualquiera que quisiese cruzar ese río, tenía que pasar por el puente, el cual daba a la cabaña.
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Después de un rato entró al lugar que "compartía" con aquel extraño chico.
Él ya se había levantado y estaba junto al sofá.
—Siéntate— dijo señalando en sofá con la cabeza.
Y eso fue lo que hizo ella.
—Si te vas a quedar aquí tienes que saber unas normas básicas— ella asintió —lo primero: me obedeceras, cualquier cosa que te diga la harás. Lo segundo: está claro que si te vas a quedar aquí, te enterarás de cosas que nadie más sabe, por lo que tienes prohibido contarle cualquier cosa a alguien. Tercero: no puedes invitar a nadie a esta cabaña, ¿Te has enterado?—.
—Si—.
—Estas normas también pueden cambiar, puedo añadir nuevas o quitar—.
Ella asintió.
—Y por último, asegúrate de no hacer nada que no me guste, estás viviendo en mi casa, así que te puedo echar en cualquier momento—.
—vale— aseguró Abigail.
Ella era capaz de cumplir todas esas cosas.
Al fin y al cabo, ¿No eran tan difíciles de cumplir, no?

Amor de psicópatasWhere stories live. Discover now