Capítulo 6

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Las puertas de la mansión Foster resonaron al ser abiertas

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Las puertas de la mansión Foster resonaron al ser abiertas. Una mujer vestida con un traje formal color lila pastel entró; llevaba el cabello de color blanco grisáceo recogido en un moño y estaba cargada con un bolso de mano. Caminaba por el pasillo dirigiéndose al salón de la casa, con elegancia daba cada paso y una sonrisa digna de revista resplandecía en su rostro.

El mayordomo entró antes que ella. Al ingresar al salón encontró al joven de la casa tumbado en el enorme sofá, leyendo la biblia que la señora de la casa siempre dejaba en la mesa de centro.

—Joven Foster, su abuela ha regresado. —anunció el mayordomo, el muchacho ni se inmutó ante lo dicho.

—Umm... vale. —dijo sin desviar la vista de su lectura.

El mayordomo lo vio con decepción, ese chico parecía no tener emoción alguna. Su abuela se había ido por un mes, y en vez de brincar y gritar cual niño lo feliz que estaba de verla, respondía de manera neutral y sin interés. Casi como si estuviera muerto.

La verdad fuese dicha, Bill ya había muerto sentimentalmente.

El hombre estaba a punto de preguntarle por su falta de emoción (claramente no era asunto suyo, sin embargo, la curiosidad le comía vivo) pero fue interrumpido por la señora Foster, quien entró con una sonrisa fulgurante a la habitación. Ella al ver a su nieto fue muy contraria a él, caminó con paso rápido y se sentó al lado del muchacho. Éste seguía sin mostrar algún cambio. Se mantuvo así hasta que ella habló.

— ¡Billy, cariño! —gritó con alegría—. Te extrañé muchísimo, ya necesitaba ver a mi hermoso príncipe.

Al escuchar su nombre cerró el sagrado libro y se levantó del sofá, quedando sentado sobre éste. Esbozó una media sonrisa sin mostrar sus dientes, cosa que enternecido a su abuela. Volvía a ver esa sonrisa torcida de su «pequeño niño». Aunque para ella fuera pequeño, aquel joven era muy alto y su cuerpo estaba muy bien desarrollado. Él ya no era un niño, ya estaba en proceso de ser un hombre.

—Hola abuela, también me alegra verte. —dijo con un tono relajado, hasta había sonado algo dulce—. ¿Cómo te fue?

—Con decir que gane el dinero para comprarte unos regalos de pre-cumpleaños, ya te digo todo. —comentó la mujer, acarició la pierna del muchacho y sonrió con orgullo.

A cada cierto tiempo Elizabeth Foster tenía viajes que podía alargarse días o hasta meses. En ese tiempo firmaba contratos y con eso expandía su patrimonio; además, había fechas antes de los cumpleaños de sus dos nietos consentidos que ella veía como oportunidades para mostrarles cuanto los quería. Lamentablemente esto lo expresaba con objetos materiales y no con amor maternal, que tanto les hacía falta a aquellos chicos.

— ¿Ah sí? —preguntó. Elizabeth asintió—. Me muero de ganas por saber que es.

<<Seguramente será otro coche>>. Pensó Bill con algo de fastidio. Desde que era un niño su abuela le compraba regalos extravagantes, pero después de los once años comenzaron a ser coches realmente hermosos y claramente, caros. Juraría que esos eran meros mimos que su abuela le daba para recompensar el tiempo en que estaba de viaje la clara ausencia del amor materno que ella debía ofrecerle a su nieto (y la verdad, así era). Después de todo, él estaba siempre solo.

Drugs and love© [Corrigiendo]Where stories live. Discover now