Capítulo 34

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El mes de junio comenzó con buenos humos, acelerando las horas, y con ello llevándose los días, aquellos en su momento eran similares a las estrellas fugaces que surcaban el hermoso cielo con una abrumadora velocidad

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El mes de junio comenzó con buenos humos, acelerando las horas, y con ello llevándose los días, aquellos en su momento eran similares a las estrellas fugaces que surcaban el hermoso cielo con una abrumadora velocidad. Las manecillas del reloj se movían con repentina presteza, amedrentando la asolada mente de Bill, el joven libertino se sentía agobiado al simple pensamiento de lo venidero, más sabiendo que la desgracia se vendría en sus acciones que había estipulado para tan maldito día.

Recuperaría su abandonado placer vicioso por el sexo de una noche y el olvido de nombres completamente innecesarios, y es que era la primera vez que aquel demonio se sentía todo un desventurado por realizar algo que en su adolescencia ya marcaba aún más que los variados tatuajes que tenía sobre su piel: el acostarse con una hermosa jovencita deseosa y sin pulcritud sobre su soberbio cuerpo no era razón para contener una atosigante preocupación, como la que ya poseía, sin embargo nada era como antes, porque ahora había alguien que no le dejaba continuar con aquella indecorosa labor. Ese alguien era la única persona que había ido más allá de su gélida mirada, él era el único que podía presumir de tal triunfo sin vergüenza o pena.

Aquel era un chico, todo un ángel que sin ser cupido llegó a flechar su corazón, a destrozar la barrera de negación y a despertar más que sólo la vana pasión en su corrompido ser.

<<Me estás matando, ángel>>. Pensó Bill tumbándose sobre su cama, al hacerlo miró el techo, quedando totalmente ido en un punto inerte de aquel lugar. El joven libertino no sabía ni siquiera en que pensar para alejar su mirada del evidente hecho de estar a punto de engañar a su casi novio. <<Carajo, ¿desde cuándo deje de fijarme en las tías?>>. Se dijo a sí mismo en un intento de olvidar a Rex y centrarse en el hecho de haber perdido el gusto por las bellas damas.

Se levantó y miró su entorno; vacío y muy pacifico, recordó entonces la habitación de Rex: cálida, con un toque infantil y plagado del sentimentalismo absurdo del ángel, aquel que poco a poco le estaba contagiando. ¿Cómo podía ser? Aquello que más odiaba estaba siendo poco a poco parte de él.

—Billy. —le llamó una suave voz femenina, el joven demonio dirigió la mirada a la puerta, encontrando a Jane recargada en aquella.

La joven vestía un hermoso vestido que le quedaba arriba de las rodillas, zapatos de tacón y el cabello suelto, todo en ella se lucía con elegancia, dejando a Bill confundido por su atuendo.

— ¿Adónde vas, Mary? —preguntó el chico viendo a Jane con detenimiento, con esa mirada que tenía envuelta confusión con seriedad. Jane sonrió y se acercó a él.

­—Voy a salir con Travis. —Bill enarcó una ceja viendo de pies a cabeza a Jane—. ¿Qué demonios te pasa?

—Nada que te importe.

—Si no me importase ¿Crees que te preguntaría? —Jane se sentó al lado de su hermano, posó su mano sobre el hombro de Bill, sin esperar que él, ante ese acto, diese un respingo.

Drugs and love© [Corrigiendo]Where stories live. Discover now