Capítulo 2 | Alivianar el dolor

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«Puedo notarlo por la manera en la que me miras, no piensas que yo valga tu tiempo. No te importa la persona que yo pueda ser. Ofendido de que crucé la línea. ¿Y qué si no soy todo lo que tú quieres que sea?»

Tatiana.

La fiesta estaba siendo un asco, principalmente porque era algo que yo no quería.

Mis padres habían insistido tanto en celebrar mis 15 años (puesto que yo era hija única), que llegaron al punto del cansancio y no me quedó otra opción más que decir "sí".

Aunque mis amigos estaban disfrutando de la fiesta, yo no estaba tan animada. Fui en busca de mi novio, quizás para que me alegrara un poco. Todo aquí me parecía ridículo e innecesario. Una simple tontería que a mis padres les causaba emoción.

Encontré a Fabián bailando con dos de mis primas, justamente las que estaban solteras. Aquel provocativo e incitativo baile que le hacía a las chicas, a mí no me causaba ningún tipo de gracia.

Yo era consciente de lo celosa que podría llegar a ser, pero yo no lo llamaría de esa forma. Más bien era insegura, porque sabía lo fácil que se le hizo engañarme la primera vez. Y que yo lo perdonara sólo me trajo malos sentimientos. Siempre que estaba a su alrededor, sentía incertidumbre.

Y mis primas... Bueno, no me llevo muy bien con ellas. De hecho, no me llevo bien con ninguno de mis familiares, exceptuando mi mamá y mi papá. Era sabido que a ellas no les importaría en lo absoluto si el chico de cabello rubio, sonrisa bonita y aspecto tierno, tenía novia.

—Fabián, ¿qué haces? —pregunto tomándolo del brazo y alejándolo de la pista de baile. El enfado es claro en mi voz, y no es para menos; si él quería bailar de esa forma, me tenía a mí parada en frente suyo.

—Oye, tranquila —se suelta de mi agarre con brusquedad, poniéndose a la defensiva en menos de un segundo. Por la manera en la que gesticula, entiendo que lleva unas cuantas copas encima.

—¿Cuánto has bebido?

—Eso a ti no te incumbe.

—Claro que me incumbe, soy tu novia —repuse sin notar que estábamos alzando la voz más de lo debido.

Les sonreí con inocencia y pronuncié un "disculpen" a los amigos de mis padres que se habían volteado a ver el show que hacíamos. Volví a tomarlo por el brazo para esta vez sacarlo al jardín que no estaba incluido con el salón. Me importaba una mierda que no tuviéramos acceso o permiso para estar aquí.

—¿Por qué escondes el hecho de que estamos discutiendo? —lo suelto al escucharlo hablar— ¡Todos allí lo saben! —señala la puerta por la que acabamos de salir— Tus amigos me dicen que debemos parar de discutir.

—No debiste haber bebido tanto... —murmuro con lamento.

—Y tú no debes controlarme. Eres mi novia, no mi madre. ¡Si a mí me gusta beber y bailar de la forma que se me dé la gana, lo haré, porque tú no eres nadie para decidir qué puedo hacer en mi vida y qué no!

—Claro, y luego irás a besuquearte con Amber "porque yo no soy quién para entrometerme en tu vida", ¿verdad?

Amberly Fisher; la rubia carismática y atractiva mejor amiga de mi novio. ¿Que por qué la odio tanto? Simple; con ella es con quien me engañó. Que esté a su alrededor, aunque jure que no siente nada por él, me pone los pelos de punta.

Sinceramente, no aguanto su presencia, mucho menos que sea tan apegada a Fabián.

—¡¿Amberly qué tiene que ver en esto?! —espeta, moviendo sus brazos con exageración.

—¿Crees que no noto las miraditas que se dan? —cuestiono con escepticismo.

—Ojalá hubiera decidido quedarme con ella y no seguir contigo —cada letra que dice, se clavan cuan puñal en mi pecho.

—Luego te arrepentirás, como la vez anterior. Te recuerdo que eras tú el que iba hasta mi escuela con un ramo de orquídeas en mano y te agachabas para pedirme perdón.

—¡Qué estúpido que fui! ¡Debí dejarte ir! Si hubiera sabido que retomar nuestra relación sólo traería problemas, te juro que no lo habría hecho.

—Piensa lo que quieras. Todo esto no hubiera sucedido si no besabas a tu mejor amiga.

—¿Sabes qué? —pregunta elevando sus cejas y formando la mueca más seria e insensible que alguna vez he visto— ¡Terminamos!

Mi rostro cambia notablemente. Siempre discutíamos, pero jamás llegamos a este punto.

¿Terminar? ¿Después de dos años juntos? Sentía que todo se estaba derrumbando y sufría la impotencia de no poder detenerlo.

Sin embargo, cegada por la furia, no podía cambiar su forma de pensar, sólo estar de acuerdo con él. Le dije el insulto más ofensivo e hiriente que me sabía y le enseñé mi dedo medio.

Al momento que regresó al salón, con una expresión neutral, me encaminé por el tenebroso jardín hasta encontrar a mi mejor amigo; Daniel Lisboa. Me acerqué a él, sin nada más qué hacer.

Cuando la brisa de la noche me traspasó, fue como si el frío helara cada uno de mis nervios y eliminara la nube de orgullo que habitaba en mi cabeza. Había caído en cuenta de todo lo que había sucedido.

Mi novio me había cortado.

Y lo más doloroso es que yo de verdad lo amaba, le había dado cada parte de mi ser, no había cosa que él no conociera. Sentía la falta de algo en mi pecho; se trataba de mi corazón. Él se lo había llevado junto con los imprudentes insultos de los que mi boca se había llenado.

La realidad me había golpeado, con un ímpetu que causaba impresión. Una lágrima surgió de mi ojo, mientras que sentía que el nudo en mi garganta en vez de aligerarse, se agrandaba con cada respiración.

El atractivo rostro de mi mejor amigo estaba en mi campo de visión, trayéndome un recuerdo que pensé había borrado. Su cabello era negro y sus ojos cafés; nada fuera de lo normal, pero sus rasgos poseían cierto encanto que lo hacía lucir hermoso.

Aún recuerdo a la perfección ese día de primavera, hace casi tres años, cuando él se sentía de la peor manera y me robó un beso para "aliviar la tensión" que estaba sintiendo en ese momento. Se encontraba frustrado por salir con una chica por la que no sentía nada en lo absoluto con el fin de conseguir un poco de la atención de mi amiga; Natalia.

Y me pregunté: ¿Realmente un beso podría calmarme en este momento?

Con la incógnita rondando en mi cabeza y todo el dolor que estaba soportando mi corazón, tomé su rostro en mis manos y lo besé.

El beso marcaba un ritmo desesperante, era atrevido, complicado, cansador, pero, sobre todo; placentero. Las lágrimas seguían saliendo, sin embargo, con el movimiento de lengua de Daniel, todo parecía menos.

El dolor disminuía, más bien, me preguntaba: ¿Qué es dolor?

Se trataba de una forma de besar muy intrincada que, quizás, únicamente nosotros dos sabíamos poner en práctica.

La violencia con la que nos había golpeado la vida, la transmitíamos en nuestro intercambio de saliva. Al terminar, mordió mi labio inferior, sin ninguna pizca de ternura o amor.

Mi gran descubrimiento sobre cómo suprimir el daño que me provocaba mi ruptura, no me dejó otra opción que no sea seguir alivianando mi dolor. Todo era tan gratificante, desde el sabor de sus labios hasta el toque de nuestras lenguas.

Sabía que, al besarnos, no todo era alegría y color, pero tampoco sentía alguna clase de punzadas llenas de aflicción.

¿Quién habría dicho que esto se nos haría una estrambótica costumbre en el futuro?

Hasta un BesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora