Capítulo 29 | El cuento de la estrella

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«Conocí a una superheroína. La perdí. La quierodevuelta. Ella hizo cosas por mí que nadie podría y, maldita sea, extraño eso» 

Tatiana.

Había una vez, una pequeña niña llamada Lula. Ella adoraba las estrellas, todas ellas, no existía una que quisiera más que a otra. Todos los días se sentaba frente a la ventana de su habitación a admirarlas con ojos deseosos. Le parecían hermosas.

Un día, cuando fue a la escuela, corrió hacia uno de sus amigos y le pidió que le regalara una de ellas. Pedro le aseguró que lo haría y se la daría al día siguiente. Pedro era rubio, con labios gruesos y un aspecto de inocencia que cualquier niño de siete años podría portar. Lo había elegido a él porque le pareció que con su apariencia le sería más fácil que cumpla con su palabra.

En la noche Pedro recordó la extravagante petición de su amiga, salió al patio de su casa, se subió a un pequeño banco e intentó agarrar una de las estrellas que iluminaban el cielo. Pero no fue suficiente, tras segundos de alzar sus manos y no conseguir nada, se rindió.

Le informó a Lula que no le pudo traer la estrella que tanto deseaba y ella no hizo más que llorar durante varios días con la triste noticia.

La semana siguiente regresó al colegio. Había observado a otro chico; Juan. Este era un poco mayor, su cabello oscuro, sus ojos claros y su voz más dulce que el anterior. Le juró que le daría una estrella, pero a cambio le pidió uno de sus besos. Su primer beso. Sin más remedio, la niña aceptó.

Juan se subió al techo de su casa, estiró sus manos al cielo y colocó sus piececitos en puntilla para tomar tres estrellas, pues otras dos chicas le habían pedido lo mismo. Se estiró, estiró y estiró, pero fue en vano todo el esfuerzo, ni siquiera rozó una nube con sus dedos.

Lula fue emocionada hasta Juan, reclamando su brillante objeto. Él le dijo que se la entregaría luego de un beso y con toda la vergüenza que tenía en su pequeño cuerpo, chocó sus labios con el provechoso niño. Cuando descubrió la verdad, que en realidad no tenía su estrella, nuevamente recurrió al llanto.

Se sentía dolida, porque la habían engañado y ella no obtuvo lo que le prometían. Se resignó. Ningún chico podía con la tarea que Lula les mandaba. Los años pasaron y ella jamás dejó de ver el cielo estrellado desde su ventana.

Entonces, vio a un muchacho, el menos esperado. Abrió la ventana de su habitación y desde las alturas exclamó un "¿Qué haces allí?". Él elevó la mano hasta mostrarle lo que contenía; una estrella. Su estrella.

"Te he visto, Lula. Sé cuánto amas las estrellas y que nadie más tuvo la suficiente persistencia para tomar una para ti. Pero yo sí, quiero dártela, porque sé que la has deseado hace tiempo, que te han mentido, te prometieron que te regalarían millones de ellas cuando apenas se molestaban en subirse a un banco. Busqué las escaleras más largas, recorrí las montañas más altas y volé cientos de aviones sólo para obtener una para ti. ¿Qué dices? ¿Me aceptas?" Había gritado debajo del frío y la oscuridad de la noche.

Lula bajó las escaleras de su casa y salió a donde se encontraba el impredecible chico. Lo envolvió en un abrazo, para luego tocar la estrella, una verdadera. Sus ojos reflejaban la luz del astro. Después de dieciséis años, sin siquiera pedírselo a él, le obsequió lo que se había convertido en su sueño. Claro que ella lo aceptó, una sonrisa brillante, casi tanto como la de la estrella, lo confirmó.

Fin.

Mi padre me narraba esa historia todas las noches antes de ir a dormir, cuando apenas tenía seis años. Jamás la había escuchado completa, pues con su apacible voz contándolo quedaba profundamente dormida a mitad de este.

Hasta un BesoWhere stories live. Discover now