Capítulo 40 | Pulsera brillante

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«¿Por qué te acerco y luego te pido espacio?»

«Tú me conoces mejor que nadie, sabes lo peor de mí. Me has visto herido, pero no me juzgas. Esa es la sensación más aterradora. Abriéndome y cerrándome de nuevo. He sido herido así que no confío en nadie»

Daniel.

Ocho semanas pueden ocultar más secretos de los que la mente humana puede imaginar. Muchos de ellos aún me cuestan asimilar, pero no me detendré hasta conseguir lo que deseo.

El mundo gira, la vida continúa, debo acomodarme a mi presente, eso es todo.

Mientras papá se ausentaba y llegaba cada vez más tarde, mamá permanecía tan cerca de mí que llegaba a ser asfixiante. Sé que quiere cuidarme, sé que tiene miedo de que algo me pase. En el fondo, admito que ella también puede ser la compañía que necesito para sobrellevar los días.

Los primeros todo era demasiado duro por la casa, los recuerdos llegaban sin pensarlo, las comidas se convertían en lágrimas incesantes y los silencios dolían como una punzada inesperada en las costillas. Intento recuperar la prominente alegría que había antes, trato de bromear y reír durante el día, pero la verdad es que sólo yo sé qué ocurre en las oscuras y desoladas noches.

Me temo que debo ocultar secretos para refugiar a personas que amo del verdadero dolor.

—Oh, ¿y este pequeñín? —pronuncia mamá con una voz totalmente aniñada hacia el canino que corrió para ir con ella al sofá.

—Se llama Henry —se adelanta a decir Tati con una sonrisa de ternura.

—No se llama así, todavía no decido cómo lo llamaré. Nats pidió un hogar para él y, sorpresa, sorpresa, ahora es nuestro —aclaro sin dejar de ver al dócil animal siendo acariciado por mi madre. Aseguro que ambos se llevarán muy bien.

—Bien, pero tú te encargarás de él. Deberás limpiarlo, vacunarlo, alimentarlo y limpiar sus desastres —accede y deja que el perro juegue en la alfombra del suelo—. Estás avisado.

—Créeme, mamá, yo no haré nada de eso —me cruzo de brazos y observo con altivez a mi mejor amiga—. Tatiana, aquí presente, se ha ofrecido muy amablemente a cuidar al frágil animal de los peligros de este salvaje mundo.

—Bueno, así como decir "me ofrecí" yo creo que no. Más bien Natalia no nos dejó otra opción, pero ponlo como quieras.

Luego de una rápida plática en donde mi madre se preocupa por Tati y se pone al corriente con algunas noticias, nos dirigimos a mi desordenada habitación.

—Hey, ¡ya sé! —me siento en mi cama y coloco mis codos sobre mis muslos, esperando que me ponga atención—. Podríamos llamarlo...

—¿Qué es eso? —cuestiona con la mirada fija en mi mesita de luz. Algo en su semblante me indica que no se trata de curiosidad, que hay algo más fuerte detrás de su neutra expresión.

Volteo hacia la dirección que marca con su cabeza, pero se me adelanta y toma con suma precaución el objeto. La pulsera repleta de canutillos de vibrantes tonalidades se ve más brillante a contraluz. No me puedo creer que un descuido no pase desapercibido a los ojos de Tatiana.

Se ve desilusionada, lastimada tal vez. Esa pulsera no le pertenece a ella, tampoco a Natalia, mucho menos a mi hermana. Entiende casi al instante que dos meses son suficientes para que una persona cambie drásticamente.

—Yo... Emmm... Esa pulsera es —me trabo con cada palabra, siento que mi lengua se enreda y el nerviosismo me obliga a equivocarme. Mi espalda suda y cualquier brisa que entre por la ventana, por más ligera y sutil que sea, se agolpa contra ella. Mi nuca pica casi tanto como mi cabello.

Hasta un BesoWhere stories live. Discover now