Capítulo 16 | Primer beso, otra vez

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«Cada vez que creo haber encontrado a alguien sólo deseo que ese alguien fueras tú. No hay forma de que alguien más pueda hacerme sentir de la misma manera que tú me hacía sentir. Nadie se compara contigo»

Daniel.

Una intensa y sobrenatural fuerza me atraía a la cama, como si levantarme de ella no estuviera permitido.

Quizá la mayoría diga que esto les ocurre seguido, en especial los lunes cuando el despertador suena a las 7:00 am o incluso antes. Pero lo extraño aquí es que hoy es sábado y son las 2:00 pm. Me desperté hace más de una hora, sin embargo, no tengo las energías suficientes para salir de las sábanas.

Pienso en lo que me depara el día de hoy y siento que no tiene caso. ¿Qué haré? Siempre es la misma rutina; comer, revisar mis redes sociales, escuchar las mismas canciones que me deprimen, acostarme en posición fetal por los recuerdos y derramar lágrimas hasta el cansancio.

Doy un vistazo a mi habitación, junto a la cama está mi guitarra. Apoyo un pie en el suelo y luego el otro, tomo el objeto en mis manos. La reluciente superficie está marcada con algunas huellas dactilares, provocadas por tanto uso. Rozo las cuerdas con sutileza, disfrutando el sonido que hace cada una de ellas.

Esta guitarra me ha acompañado desde el inicio, tanto cuando canté en la muestra de mi colegio al frente de todos mis compañeros como cuando fui a mi última presentación de televisión.

La música, más bien, mi carrera musical es mi motivación para salir de la cama, porque, aunque en este momento escribir canciones me cuesta un poco, es algo que disfruto y no desistiré de ello por algunos bloqueos.

—¡Daniel, finalmente despiertas! —exclama mi madre con emoción y sorpresa fingida al verme entrar en la cocina. Coloco una taza debajo de la cafetera y asiento con lentitud.

—Déjalo, es sábado. Los jóvenes de hoy en día se despiertan tarde porque prefieren quedarse despiertos en la noche —volteo al escuchar la otra voz femenina. Mi abuela da una risa seca al ver mi expresión de asombro—. Cuéntame, Dani; ¿cómo te trata la vida?

De la peor forma. Creo que me odia.

—De maravilla —finjo una sonrisa mientras me siento a la mesa con mi taza—. Pronto sacaré un nuevo disco —le informo mientras endulzo el café.

—Bah. Trabajo, trabajo, trabajo —repite en un tono y una mueca de cansancio, exagerando su queja con movimientos de brazos. Resopla—. Yo le dije a tu madre que eres muy pequeño para preocuparte por esas cosas, debes aprovechar tu juventud, ahora que puedes.

—Está bien, abuela. Es algo que yo quiero hacer, nadie me está obligando. De hecho, ni siquiera lo veo como un trabajo porque el dinero no llega a mis manos.

—Cuando seas mayor te lo daré —me recuerda mi madre—. ¿Qué harías con tanto dinero ahora? Todo lo que necesitas te lo entregamos tu padre y yo con lo que ganamos en nuestros trabajos.

Ella guarda el dinero en una caja bancaria a mi nombre, para que en un futuro lo gaste sabiamente en mis estudios o si deseo independizarme pueda comprar una casa. Estoy totalmente de acuerdo con ello. El dinero es lo que menos me preocupa en estos momentos.

—Bueno, ya. Háblame de lo interesante —con los codos sobre la mesa, entrelaza sus dedos y coloca su cabeza sobre estos—; ¿cómo te está yendo con tu novia? ¿Cómo era su nombre? ¿Amalia? ¿Nayla? ¿Noelia?

Su pregunta es semejante a una aguja que aprieta con fuerza contra un globo, sin siquiera pensar que el globo en un punto estallará. Sin embargo, yo me rehúso a llorar frente a mi familia. Ellos no deben saber que aún me duele ese tema, aunque mi madre sabe a la perfección lo que ocurre.

Hasta un BesoWhere stories live. Discover now