Capítulo 3 | Algún día

799 55 3
                                    

«Al final de la noche, cuando apago la luz y todo se va a la mierda, no quiero volver a casa solo»

Daniel.

Llegué a mi casa en la madrugada, me había aburrido de la fiesta, y la quinceañera no tenía los suficientes ánimos como para entretenerme a mí o a cualquiera. Me siento en mi cama, aún la noche es joven y faltan algunas horas para que amanezca.

Mi camisa está entreabierta y mi corbata floja. Me levanto para colgar el saco en la silla giratoria que está frente a mi escritorio, pero cuando levanto la vista, me hundo en tristeza, o tal vez nostalgia. En mi escritorio se encuentra el marco con la foto que tengo con Natalia.

Los recuerdos regresan a mi cabeza. El día que ella me terminó, arrojé ese mismo cuadro al suelo, sintiendo enfado e impotencia por la situación. En este tiempo lo reparé; le había cambiado el vidrio que se había destruido porque creí que así descargaría mi dolor. Sin embargo, el marco posee unas pequeñas marcas, provocadas por el choque.

Lo tomo en manos y me recuesto en mi cama. Su hermoso rostro estaba junto al mío y yo tenía las manos enredadas en su diminuta cintura. Observo con detenimiento sus carnosos labios y recuerdo lo que sucedió hace unas pocas horas.

Besé a mi mejor amiga.

Finalmente besé a alguien que no sea Natalia. Desde que ella y yo terminamos, no me creí listo para dar comienzo con otras chicas, no había tenido contacto con ninguna mujer de forma romántica o algo más allá que una simple amistad.

Algo en mi garganta hace presión, provocando que respirar sea una tarea complicada y mis ojos ardan, amenazando con nublarse. Trago saliva, intentando calmarme. "No derramaré más lágrimas" me había prometido una y mil veces.

"Debemos terminar"; retumba en mi cabeza sin cesar.

Tatiana me había besado, ambos nos habíamos descargado y en aquel tiempo aquellas palabras se habían detenido. Ya no las escuchaba. Mi mente estaba enfocada en seguir con el intricado beso.

Por unos segundos había olvidado que Nats estaba en la fiesta, que ya tenía novio, que me había engañado una vez. La había olvidado a ella. Pero al apartarnos, las palabras volvían a mi cabeza, como una canción pegadiza la cual odiaba con todo mi ser.

No me importaba besar los labios incorrectos, porque en ese efímero tiempo, yo no recordaba absolutamente nada.

Reposo el cuadro en una repisa cercana a mi cama y lo observo con escrutinio antes de cerrar los ojos. Aún puedo sentir el aroma a brownies recién horneados que habíamos preparado ese día. Todavía puedo oír los pasos sin sentido que daba, gracias al nerviosismo que le provocaba que sus padres se enteraran de nuestro noviazgo.

Y allí, apreciando su sonrisa y dirigiendo mi vista a sus brillantes ojos, intenté convencerme de que algún día la superaría.

***

Desperté con dolor de cabeza, no uno infernal, pero sí molesto. No es como si hubiera bebido mucho anoche, pero admito que mientras estaba sentado, sin nadie con quien bailar o hablar, llevé algunas copas a mis labios sin notarlo.

—Dani —mi madre toca la puerta antes de entrar, siempre respetó mi privacidad, ya sea que esté componiendo o estando con... —, Elías está buscándote.

Asiento un poco adormilado y sale de mi habitación para que pueda vestirme.

Elías es mi mánager, maneja mi carrera musical y todo lo relacionado con ella. Gracias a él consigo presentarme en conciertos o programas de televisión reconocidos.

Me alisto en cuestión de minutos y voy hasta el comedor, donde mi madre está entregándole una taza de té que le ofreció gentilmente y deja una de café en la mesa para mí.

—Daniel, tengo buenas y malas noticias para ti —habla con su tono amistoso y simpático.

Elías un hombre de 26 años, tiene una ligera barba que jamás dejó que sobrepase los tres días y aquel aire divertido que es característico de él. Al principio, cuando mis padres lo contrataron, mi papá dudó al respecto, porque creyó que con sus bromas intentaba coquetear con mamá. Luego descubrió que él ya tenía pareja y los chistes eran parte de su personalidad.

Asiento con la cabeza para que continúe.

—La buena noticia es que hablé con la disquera y harán un contrato para sacar tu próximo disco a la venta —mi madre deja escapar un chillido de emoción al escucharlo y me sonríe con orgullo—. Y la mala... es que para aceptarlo tienen una condición. Debes escribir, como mínimo, tres canciones alegres.

—¿Canciones alegres? ¿Cómo es eso?

—Las canciones alegres suelen tener un ritmo más rápido y letras que denoten felicidad. Todas las que has escrito son lentas y su letra es tan deprimente —una mueca de tristeza surge en mi rostro—, no te engañes; son hermosas. Sin embargo, el público necesita de música que les alegre el día, que puedan colocar en sus alarmas y se despierten con una sonrisa.

—¿Cómo puedo hacer eso? —me siento tan perdido en estos momentos. Es como si me hubieran arrojado a algo totalmente desconocido.

—Si quieres, puedes quedarte con tu esencia de escribir sobre el amor, pero dale un giro. En vez de entristecer a todos con una ruptura, habla sobre las cosas buenas que se halla en una relación. No todo puede ser oscuridad, siempre encontrarás un pequeño haz de luz. Sólo guíate por tus sentimientos, como has hecho hasta ahora. Inspira a tus fans y déjales saber que no todo son desilusiones amorosas.

¿Cómo se suponía que les daría esperanzas sobre el amor si ese elemento escaseaba en mi ser?

Si yo no podía escribir esas canciones, mi carrera se iría por un caño. Amo componer música, pero esto se ve sumamente complicado.

Quiero con todas mis fuerzas enamorarme de alguien más, volver a pensar que el amor es maravilloso e incomparable. Pero Natalia regresa a mi mente, como si tuviera una cuerda en mi cuello y me arrastrara hasta el punto de estrangularme sin compasión.

Quizás, este sería un buen momento para buscar el amor en otra persona, aunque todos mis sentidos saben a la perfección que es una tarea imposible de realizar.

¿Por qué es tan difícil volverme a enamorar?

Hasta un BesoWhere stories live. Discover now