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Marissa subió al elevador que la llevaría a su apartamento, ya eran pasadas las siete de noche, había tenido un día agotador, desde ir a consulta con el psicólogo, de allí al trabajo y del trabajo al supermercado

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Marissa subió al elevador que la llevaría a su apartamento, ya eran pasadas las siete de noche, había tenido un día agotador, desde ir a consulta con el psicólogo, de allí al trabajo y del trabajo al supermercado. Y como si fuera poco la calle estaba más atestada de lo común, la ciudad se volvía cada vez más intolerable para ella, afortunadamente ya pronto saldría de ese infierno diario. Si todo salía bien en menos de dos meses debería estar lista su plaza de trabajo en Santa Lucía, y allí todo era tan distinto. El solo aire fresco y el verdor transmitían paz.

Se dispuso a prepararse algo para cenar. Un emparedado estaría bien. Alguien hizo sonar la puerta dando golpes fuertes y desordenados sobre la madera. Corrió y tomo el teléfono llamaría al seguridad del edificio, algo raro estaba sucediendo. Lo más probable, los ladrones habían logrado burlar la seguridad del edificio.

—Marissa abre, soy yo… Raúl —gritó una voz del otro lado de la puerta y sus ojos por poco se salen de lo tanto que los amplio. La cosa estaba peor de lo que imaginó. ¿Qué rayos hacía Raúl llamando de esa manera a su puerta? Observo por la mirilla de la puerta y definitivo, allí afuera estaba el príncipe desteñido, el que su ser eligió para amar. Abrió sin poder creerlo aún.

—Hola —saludo Raúl y Marissa pudo notar algo discordante en él.

—Hola, ¿todo bien? —preguntó sin hacer ningún amago por dejarlo pasar.

—No, nada está bien, lo siento mucho, no debí comportarme así contigo.—esto cada vez se ponía peor, ahora no tenía ninguna duda el hombre frente a ella estaba ebrio.

—Raúl estas borracho —aseguró con evidente asombro.

—Lo lamento mucho —insistió él en disculparse.

—No sé de que hablas y no entiendo el porque viniste hasta aquí. ¿Te equivocaste de lugar?, sí, seguramente eso es... Estas muy ebrio. —dijo sin importarle que Raúl movía la cabeza y decía no una y otra vez. Él no podía estar pidiendo disculpas de lo que había sucedido la noche anterior. ¿Qué había sucedido como para que fuera hasta su casa a pedir disculpas y en ese estado?

—Ni un ebrio, ni que ocho cuartos, yo sólo estoy pidiendo perdón por lo que te hice hace muchos años —susurró en tono melancólico y Marissa sintió unas ganas terribles de tirarle la puerta en la cara. Se fuerte se dijo, no puedes flaquear ante un borracho que muy probablemente mañana no recordará nada de lo que hoy diga. 

—¿Cuál es tu problema Raúl? —Soltó.

—Se escucha lindo mi nombre dicho por tus labios. —volvió a susurrar él con voz pastosa acercándose a un poco más, Marissa consciente del efecto que ese hombre tenía sobre ella dio dos pasos hacia atrás quedando prácticamente dentro de su apartamento.

—Será mejor que te vayas —logró articular.
La voz le salió segura aunque realmente sentía como todo su sangre hervía, Raúl producía en ella un efecto que nunca logró comprender, era una atracción sobrenatural, algo que sobrepasaba todas sus fuerzas.

—Mari...—no logró terminar de pronunciar su nombre, Marissa estampó la puerta sobre su cara, puso los dos seguros de prisa. Y se dejó caer contra la pared. ¿Por qué la vida la torturada de esa manera?
Ya suficiente dañó se había hecho al dejarse llevar por esa mirada seductora disfrazada de inocencia. Su sonrisa lo delataba, esa sonrisa lobuna mientras la miraba a los labios solo la había visto en una ocasión en él y esa única vez ella perdió la cabeza. Se dejó llevar por lo que su cuerpo pidió y se autodestruyó. Mancho su propia honra, mató su autoestima y sembró un sinfín de miedos que la perseguían aún a sus treinta años. Él la debía tener grabada en su mente como una mujer fácil de seducir, una mujer que ante la primera caricia se entrega por completo. Y si así la recordaba, hasta tenía razón, eso fue ella con él. Tal vez por eso insistía en buscarla. Sí, eso debía de ser.
Al enterarse que se había divorciado debió pensar que ella le daría la oportunidad de entrar en su vida y utilizarla a conveniencia, pero no, ella no volvería a caer tan bajo con él, ni con nadie. Ella necesitaba paz, tranquilidad, curar sus miedos y cuando lo consiguiese y si el amor llegase a tocar su puerta tal vez ella se volvería a entregar. Se levantó del piso y se pego nuevamente a la mirilla. Se quedó atónita ante la escena que vio: Raúl estaba sentado en el piso a unos cuantos paso de la puerta de su apartamento, tenía el rostro metido entre las rodillas. Marissa se llevó la mano a la boca tapándose temiendo que algún sonido se le escapara. Se quedó allí parada viendo hacía donde él se encontraba y de pronto el levantó el rostro y lo que vio le desgarro el alma. Él llora, gruesas lágrimas cubrían sus mejillas y la nariz totalmente roja lo dejaban en evidencia, haciendo que su frágil voluntad flaqueara.

Abrió la puerta y ante el sonido que está emitió Raúl se llevo el cuello del suéter que vestía al rostro pasándolo por sus ojos y mejillas tratando de borrar los rastros de su momento de debilidad. Se levantó de prisa y camino hacia el elevador. No podía ser más patético, estaba tocando fondo, algo muy malo debió haber hecho para merecer pasar por lo que estaba pasando. Ya no sabía ni por qué lloraba, entre tener que resignarse a que perdió a Melanie para siempre y ver el odio con el que Marissa le tiró la puerta en la cara, sumado a los quien sabe cuantos tragos de whisky se convirtió en la pena de hombre que era en esos momentos. Hundió una vez más el dedo en el botón del elevador.

—Raúl —pronunció Marissa desde la puerta y él volvió a hundir el dedo en botón rogando que la puerta se abriera de una maldita vez.
Lo último que necesitaba era que ella lo viera de cerca. Ya era suficiente, no recordaba haber llorado ante ninguna mujer excepto su madre. Él era fuerte o eso creía. Ante los ojos de todos él era exitoso, pero lo cierto es que se sentía vacío, solitario y perdido.
Marissa llegó a su lado y lo miro al rostro. su mirada era nostálgica, bondadosa. No logró sostenerle la mirada agachó la cabeza, que por cierto le empezaba a doler con fuerza—. Ven —dijo ella, tomando su mano, tenía claro que estaba cometiendo un error, pero no pegaría el ojo en toda la noche si lo dejaba ir en el estado en el que se encontraba. Raúl puso resistencia.

—Tranquila doctora, yo ya me iba. —Marissa rio antes lo dicho por él, siempre la llamaba por su nombre y ahora sacó a colación su profesión eso le causo gracia—. Sonríes bonito —murmuró Raúl y Marissa le soltó la mano inmediatamente.

—A ver donjuán... deja de decir esas cosas o...

—Tranquila doctora —volvió a decir y Marissa rio con más ganas aún. Traidores nervios, la hacían reírse de cualquier tontería, pensó—. ¿Por qué te ríes?

—Vamos a mi apartamento.

—Eso suena tentador. —interrumpió él

—Te prepararé un batido. —concluyó.
A Raúl se le revolvió el estómago ante la sola mención.

—Gracias, pero mejor me voy.

—Te lo estoy ordenando, no te irás de aquí sin antes pasar un poco esa borrachera. —él intentó abrir los ojos para parecer asombrado, pero los párpados le pesaron demasiado.

¿Cuánto licor habría ingerido para lucir tan mal?
Raúl se tambaleo al intentar dar un paso, le tocó recostarse de la pared adyacente. El elevador por fin abrió y él intentó ir hacia el mismo, pero Marissa lo tomo de la mano, en un ligero movimiento se metió bajo su brazo, pasando su mano por la cintura de Raúl agarrándolo fuertemente. Su intención era ayudarlo a caminar hasta su apartamento, pero él era un hombre grande y corpulento, lo que dificultaba la lucha que acaban de iniciar.

¡Por todos los Santos! ella tenía que estar pagando un karma, de lo contrario no entendía la ráfaga de situaciones incómodas por las que había empezado a atravesar.

—No seas testarudo y sígueme o dame la llave de tu auto para llevarte a donde quiera que desees ir.—Raúl detuvo su lucha ipso facto. No tenía un lugar donde quisiese ir, no deseaba estar acompañado, lo último que quería era escuchar los sermones de su madre y los reproches de Alicia. Lo único que necesitaba era estar sólo.

Marissa tomo ventaja de su duda, lo empujó hasta lograr entrar al apartamento. Raúl sentía que todo le daba vueltas, nunca antes le habían sentado tan mal los tragos.
Ella lo acompaño hasta hacerlo sentar en el sillón de la sala e inmediatamente camino hasta la cocina. Le preparo un batido con bastante hielo para ayudarlo a hidratarse, jamás le tocó lidiar con alguien alcoholizado, su familia no tenía tendencia a ingerir licor en grandes cantidades y su exesposo tampoco. Él bebió de muy malas ganas lo que ella le brindó, rogando no devolver todo lo que traía en su estómago. Marissa se alejo y desde de la cocina lo observaba en silencio.

El batido fue magia pura, poco a poco fue sintiendo como el mareo lo abandonaba y en su lugar un terrible sueño llegó a él. 

Raúl despertó sintiéndose extraño, desorientado. ¿Dónde estaba? Se levantó con cuidado, le dolía la espalda, se puso en pie y trato de ordenar sus pensamientos, la estancia estaba apenas alumbrada por una escasa luz que llegaba desde de lejos, camino tropezando hasta la ventana y noto que estaba en lo alto de un edificio, miro el reloj en su muñeca. ¿Qué hacia allí? Esforzó su mente a recordar y una escena tras otra se reprodujo en su cabeza. Estaba en el apartamento de Marissa, no había dudas. Dando grandes zancadas salió de allí. No podía ser más ridículo, primero se emborracha y luego termina allí tirado en la alfombra de la casa de ella. Otro día le pediría disculpas por el mal rato que seguramente la hizo pasar, por ahora no tenía cara para mirarla al rostro sin sentir vergüenza. Volvió a casa de su madre para darse un buen baño con agua fría, debía volver a Santa Lucía y procuraría por todos los medios no regresar a la ciudad en mucho tiempo. Esa maldita cuidad lo hacia actuar estúpidamente. Bueno tal vez no fuese la ciudad, sino los fantasmas que vivían en ella, pensó, trayendo a colación a la culpable de todas sus desdichas.

—Malvada chiquilla si supieras cuanto me ha dolido tu ausencia. —Soltó en voz alta mientras conducía hacia el aeropuerto. Allí dejaría el auto, su madre mandaría más tarde por el.

La avioneta despego y Raúl cerró los ojos en un aproximado de una hora estaría en tierra. Una imagen bonita se dibujo en su mente, esos ojos grises eran hipnóticos, podría jurar que quien los veía no los olvidaba jamás. Pero él los olvido, recordó. ¿Cómo era eso posible? Y esos labios, ¡Dios! Esos labios estaban diseñados para pecar, todo en ella era lindo, y las sensaciones que le transmitía eran tan distintas a las antes experimentadas, era una mezcla de admiración, culpabilidad y deseos. Por momentos sentía que debía proteger la inocencia que ella parecía tener, por otros momentos deseaba besar hasta la sombra de su delicado cuerpo, hacerla gemir su nombre mientras él la poseía. Abrió los ojos espantado de sus pecaminosos pensamientos. Eso no estaba bien, él no debería pensar así, querer meterse entre las piernas de Marissa podría resultar siendo una trampa muy peligrosa, él se prometió no volverse a enamorar y ella acababa de salir de una relación fallida, y aunque en el pasado ella se entregó a él sin mucha dificultad, dudaba mucho que ella fuese una de mujer dada a las aventuras.

Se sermoneo internamente, pondría distancia entre la doctora Horly y él. Aunque con no ir a la capital sería suficiente, ella vivía allá y él en un pueblo a más de (500) kilómetros de distancia. Eso debía ser suficiente.





Aquí vamos poco a poco.

Les dejó está canción se me asemeja tanto a Marissa.
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Una errante Un perdido   (Inefable 2)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon