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Augusto abrió los ojos después de repetidos intentos por hacerlo

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Augusto abrió los ojos después de repetidos intentos por hacerlo. No tenía la menor idea de cuanto tiempo llevaba allí postrado, de lo único que era consciente es que había escuchado a su esposa llorar mientras rezaba en diversas ocasiones. También había oído a su hija Anabel llenarlo de mimos y promesas que él sabía muy bien que jamás cumpliría. A ellas las escuchaba llegar seguido, empezar a hablar como si él no pudiese oírlas. En cambio a Marissa era la segunda vez que la oía llegar hablando con otras personas en términos que él desconocía, pero que imaginaba se trataba sobre su estado de salud, a su hijo Carlos era la primera vez que lo escuchaba hablar después de lo que le estaba empezando a parecer una eternidad.

Parpadeo pesadamente e intentó levantar la mano para acariciar el rostro de su hijo, pero no logró, quiso decir algo tampoco le fue posible. Su cuerpo no respondía a las órdenes dadas por su mente, y cuando lo lograba hacer lo hacia débil y pausado. Llevaba días, tal vez semanas oyendo todo lo que hablaban a su alrededor, acompañando a Luisa en sus rezos, queriendo transmitir tranquilidad a su inquieta Anabel, más no había logrado más que mover la mano derecha para hacerles saber que les oía, aún así ellas seguían parloteando y en momentos llorando como si él estuviese ausente.

Carlos salió al pasillo con el rostro bañado en lágrimas vociferando.

—Papá abrió los ojos, papá...

—¿Qué dices?...—gritó Anabel incrédula.

Marissa le susurro algo a Roberto y ambos empezaron a caminar en sentido contrario. Ella hacia el cuarto de su padre y Roberto en busca del doctor a cargo del paciente en esos momentos.

En la hacienda Tavares, el trabajo mantenía a todos bajo estrés, desde el mismísimo Raúl hasta el más exiguo de sus empleados estaba trabajando el doble, era la temporada del año donde parecía que todo el trabajo de los doce meses del año se aglomeraba en ese solo mes.

Diana estaba al límite de trabajo, las yeguas programadas para parir, lo hacían en esos días, mientras otro grupo esperaba para ser inseminadas, a eso se le sumaba el cuidado de los otros cientos de animales a su cargo, lo que la dejaba sin tiempo alguno disponible. Todo aquello la hacia sentir irritada la mayor parte del día. Su mayor deseo era complacer a su jefe, amaba con locura cuando él sonreía después de leer los informes dados, sentía ir al cielo cuando él la felicitaba y bajo la emoción hasta un abrazo le daba. Aunque solo sucedió en una ocasión ella atesoraba ese momento como el más bello de todos los recuerdos. Un simple abrazo que hizo derretir hasta sus bragas.

Vivir bajo el mismo techo que Raúl le había proporcionado grandes beneficios, aunque no los esperados, por ahora se conformaba con no tener que recibir a Lucas todas las noches en su cama, a este le había tocado conformarse con las veces que su cuerpo reclamará placer, entonces ella iba hasta la casa de él a surtir sus necesidades, únicamente así él lograba tenerla entre sus brazos.
Lucas no pasaba de ser una pieza necesaria para alcanzar su objetivo. Objetivo que sentía se alejaba cada día más. Más aún con la llegada de la pálida doctorcita. Ella le seguía los pasos a su jefe cada vez que le fuese permitido y ya tenía claro que algo se traía con la cara de tonta esa, sus teorías no habían sido corroboradas aún, nunca los había visto compartir más que simples abrazos. Esperaba sinceramente que ese par no hiciesen algo que la hicieran enfadar. Raúl sería suyo, era lo único que realmente deseaba con fervor en esta vida, sería injusto que su único deseo no se hiciera realidad.

Una errante Un perdido   (Inefable 2)Where stories live. Discover now